Saturday 18 April 2009

Asalto a la intimidad

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Es curioso: obviando las ineludibles juergas, he pasado toda la Semana Santa viendo cine polaco, films de Bergman y de Godard, leyendo numerosos y variados análisis cinematográficos y algún cahier atrasado... y únicamente vuelvo a Joel Loves Clementine para comentar el enorme bodrio titulado Asalto a la intimidad (y al buen gusto -añado yo-), que echaron ayer por televisión.
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¿Y por qué lo comento? No precisamente por Holly Marie Combs (una odiosa Embrujada, más gorda que nunca), ni por su guión... ni por nada excepto la breve aparición de mi musa Traci Lords como secundaria cachonda. Es una peli tan mala, tan cutre, tan televisiva, que no aparece ni en la todopoderosa Filmaffinitty, así que aquí dejo constancia de su existencia. ¡Viva Traci Lords! PD: Ayer también vi Vampiros del espacio, y he escrito una crítica.
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Os dejo el trailer de Asalto...:



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Holly Marie Combs -cuando no era gorda-.
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Tuesday 7 April 2009

Completos incompletos (lipograma)

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Os dejo mi último relato corto escrito, un lipograma, galardonado con el primer premio del XIII Concurso de Relatos Breves convocado por la Facultad de Económicas de Zaragoza con motivo de su patrón, San Vicente Ferrer. ¡Ya es la segunda vez!
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En recuerdo de Georges Perec.
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Desconozco el porqué pero me siento hirientemente incompleto. Sé que no es un férreo o indiscutible fruto de mi mente el que duele, sino un leve soplo; sé que es un pequeño e insistente sentimiento sin suficientes motivos de peso, un nimio pero tozudo reconcomio: sí, esto es cierto. Pero dicho sentimiento se mueve dentro de mí terco y siempre, como un perrito juguetón. Un perrito con dientes que muerde bien fuerte, que produce en mi interior un fortísimo dolor.Es estúpido y lo sé, pero ser consciente de mi estupidez no disuelve mi doliente condición.
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Conocí dos o tres urbes, viví y estudié; que si S, que si debe, que si Keynes… y un beneficio que no llegó, muchos costes y rendimientos decrecientes… decrecientes como mi ilusión, que terminó de hundirse por el firme sentimiento de dolor e incompletitud que me hizo huir.
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Hoy por hoy vivo en un pueblo. Me siguió Pedro, y en el pueblo conocimos gente de interés (Jesús, Dolores, Roberto el ovejero, Diego, el viejo Miguel, etc.), pero siento que continúo recorriendo inquieto los mismos senderos. Incluso en este sitio, incluso en este pueblo, todo es lo mismo, y eso no puede ser bueno. Fluyen los segundos, los minutos, los meses, y miro −no veo, miro− cientos de rostros desconocidos, gente que en su fluir recorre los mismos senderos que yo −los únicos, los de siempre− conforme riego nervioso el pequeño huerto como regué mi mente con Schumpeter e inútiles modelos econométricos. Sin gozo. Triste y con miedo. Incompleto.
El tiempo discurre y todo es como fue, y el oscuro espectro vive siempre en mí, escondido; coexiste imperecedero en mi interior como un sentimiento moribundo o muerto −si no podrido y descompuesto−, desconocido. Y sobrevive mil y un crepúsculos («Dos noches, tres noches, nueve −y nueve, y nueve…−»); y me enloquece; y me corroe. Es él quien define mi yo, este triste yo que se duerme entre sus propios hipos y berridos como un bebé indefenso y llorón.
Cielo obscuro es el mío, no lo recomiendo.
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Mi comezón pudo incluso con el pobre Pedro: por mucho que lo intentó, no logró comprenderme o resistir. «Todo tiene su fin», repitió sin cese en el pueblo. «Ni el pueblo griego fue eterno −meditó−, ni el poderío de Zeus o Júpiter». «Ni Hércules; ni el tercer Reich; ni Jesucristo; ni el muro de Berlín». «Tu sed se tiene que extinguir pronto».
Reconozco que por poco no estuvo en lo cierto. Si exceptúo este terco estremecimiento, no existe lo eterno: lo nuestro terminó.
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Pedro y yo nos conocimos de críos y siempre nos entendimos, siempre excepto en ese momento crítico que todo lo quebró. Él terminó donde empezó: en su metrópoli. Yo vegeto en este sucio pueblo… ¿por qué seguir con este sinsentido? No soy feliz, lo sé y lo siento, pero es que… es que no tengo opciones ni elección. Tristemente, soy como soy: incompleto. No tengo lo que no sé pero sé que no tengo, ¿entienden? Ni Pedro ni Judit me entendieron, ni Roberto, ni el juicioso Jesús, ni Dolores, ni Miguel, ni Diego… No los culpo. No me expresé bien, no expliqué lo imposible −inténtenlo ustedes, les reto−, porque lo cierto es que ni yo mismo entendí mi funesto y oculto sentimiento.
Fue lento pero progresivo: me quedé solo.
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Y entonces me sentí como Liv en el curioso film de ese director de cine sueco; como un Sísifo cínico y poco dichoso: los periódicos y repetitivos ritos de los hombres, mi voz y sus voces, sus corrientes ilusiones y fines terrenos… todo ello se volvió insulso. Yo es otro. Mi negro espectro lo tornó estéril.
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«Oblómov es el cuerdo, y no Héctor en su Ilión», medito convencido conmigo mismo. «Esto no consiste en ser o no ser, como dijo cierto príncipe, sino en concebir o no concebir siendo. Pues ser, somos: vomito ergo sum».
Y prefiero no concebir, prefiero el fiel; Esfinge que se inquiere sin responder cuestiones sin solución.
«Inútil fue el Pequod en medio del ilimitado ponto. El periplo mefistofélico según Goethe… ¿Por qué? ¡Por qué!», imploré entonces.«Muerto Dios (Nietzsche dixit)… ¿vivir sólo por el hecho de vivir? Si Dios no existe debe ser erigido, sí, pero… ¿es posible dicho logro rendidos sobre Su cuerpo muerto? Él es un Dios descompuesto, no un Fénix, y hoy no es tiempo de re(y)ligión».
«Los héroes, esos hijos del miedo, son muy estrepitosos. ¿Tiene sentido su heroico estruendo? Sintiéndonos incompletos, sin eso que no sé, ni moverse del lecho tiene sentido».
Detesté entonces, como un lobo o un monje ido, el futuro predecible y próximo y el destino futuro de mí y del hombre moderno, y los grilletes de éste con sus meses y lustros de flexos, de escritorios, de coches e índices económicos…
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En esto estuve muchísimo tiempo. Todo fue fruto del tortuoso e insistente sentimiento de incompletitud. Perdí mi fe. Perdí mi ilusión por vivir. Conseguí ser congruentemente incoherente; un completo incompleto solo en su (des)gobierno. Ni Dios, ni Hesse. Ni Hobbes, ni fe. Solo.
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Huyó el tiempo, de nuevo. Lento, muy lento.
Como buen seguidor del oblomovismo sólo comí y dormí. Fin. Es el duro tempo del perezoso descreído, becerro de oro ofrecido en pro de un Dios del no-ser. En ese momento mi yo quejumbroso y su doliente incompletitud no quisieron ser un ser diferente: persiguieron −y se logró− un monótono existir prerreflexivo, un simple comer-dormir; (sobre)vivir (lo que es muy duro siendo un seguidor de Oblómov sin fondos perpetuos).
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Y huyó el tiempo, de nuevo.
Y vi que mi exceso de ocio pudo ser peligroso: su fruto es venenoso.
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No es lo mismo descubrir o intuir que vivir −este vivir y los otros− no tiene sentido por su doliente incompletitud que morir conscientemente después de ese descubrimiento. «¿Por qué no vivir sorbiendo el dulce jugo del sinsentido –me pregunté entonces−? ¿Qué te ofrece el morir? Por lo menos lo terreno, lo vivo, te ofrece pequeños sentimientos y goces seductores mejores que mis simples opiniones y/o intuiciones sobre vivir y su sentido. Todo es horrible, ¿y? Estoy. Sigo. Y no: no todo es horrible. Lo bello existe; lo veo, lo siento».
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Murió en mí cierto yo en esos obscuros momentos; morí y resucité. Pero seguí sintiéndome el mismo ser incompleto, un nocivo y completo incompleto. «¡¿Puede, Dios –imploré−, tener fin este suplicio?!».
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Puede.
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Todo concluyó como llegó; en un segundo, sin sentido. Tropecé por suerte y sin querer con un libro puesto en el suelo, «El secuestro». Lo leí, me iluminó. En su incompletitud vislumbré mi incompletitud, y recluí en su libro mi dolor. Entonces, justo entonces, observé el cielo obscuro y me dije:
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- ¡Ah…!
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Juegos de verano

1950 Suecia Ingmar Bergman Herbert Grevenius Erik Nordgren Gunnar Fischer
Maj-Britt Nilsson Birger Malmsten Alf Kjellin Mimi Pollak Renée Björling Sommarlek
- Todos están vivos. Corren por las calles. Y aquí estoy yo, comiendo y bebiendo. En el teatro, bailamos y jugamos... Henrik está enterrado y comienza a pudrirse. Un momento antes, nos reíamos de todo. Estaba en mis brazos. Le besé en los labios.
- Eso es la vida.
-¿Es que la vida no tiene sentido?
- No, cariño. Nada tiene sentido a largo plazo.
- No creo que Dios exista. Y si existe, le odio. Y jamás dejaré de odiarle. Si lo tuviera aquí delante, le escupiría a la cara. Lo odiaré mientras viva. No lo olvidaré. Lo odiaré hasta el día que muera.
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