Wednesday 5 March 2008

Paul Thomas Anderson: su gozo en un pozo (de ambición)



Tras recomendar No es país para viejos (aquí tenéis a alguien que piensa lo mismo que yo) quiero ir un poco a contracorriente, así que voy a meterme con la segunda “intocable” de las carteleras, ese maniqueo y megalómano retrato del “self-made man” norteamericano que es Pozos de Ambición.

Me explico: la película es grande… como un gigantesco queso gruyère repleto de agujeros.


Anderson une dinero, familia y religión (los tres pilares fundamentales de la sociedad americana y occidental) en un duelo a tres bandas que dura hasta el final de la película. Y el típico leit motiv andersoniano -vean si no Magnolia-, cómo no, sigue en primer plano (el fracaso paterno a la hora de criar y entender a un hijo y su decepción cuando el hijo es incapaz de dar lo que se espera de él). También existe un evidente paralelismo entre el protagonista y Charles Foster Kane (aunque aquí sea un pelín más sádico, setentero y amoral* -quizás si fusionásemos a Kane con el Jimmy de Uno de los nuestros…-; es un Kane sin una fe, familia o Rosebud que justifique sus actos) y ecos de la Avaricia de Stroheim, Los vividores, Gigante o el tesoro de Sierra Madre de Huston: mítica galería de “gigantes” sustentados sobre pies de barro. ¿Y quién mejor para hacer de gigante que un coloso -Daniel Day-Lewis-? Pues no, creo que eso no es estrictamente cierto en este caso: para mí, el superchoque de superegos actor-director no beneficia precisamente a la película.


*algo típico del cine norteamericano actual -y que ya empieza a cansar-.

(En Cahiers-España se discute si existe o no actualmente un “nuevo cine americano”. ¿Nuevo? Nuevo fue, dicen, el de Warhol, el de, no sé, Cassavetes, individualidades que no crearon escuela, que ni siquiera ejercieron algún tipo de liderazgo. Es cierto que existen esbozos de un nuevo mapa (Fincher, Wes y Paul Thomas Anderson, Shyamalan y viejos vaqueros como Coppola o de Palma), pero tampoco deja de ser una simple suma de individualidades que se cruzan (Zodiac, No es país para viejos, Pozos de ambición). Y vuelvo a preguntar, ¿nuevo? Más bien estamos ante “reescrituras” -la sombra de los setenta es también aquí alargada- de un cine americano que siempre se recicla en tiempos de crisis, que necesita volver a narrarse y reconstruirse tras la debacle (el problema es que, hoy por hoy, no existen “malos alumnos” como Godard o Warhol que nos enseñen a hacer películas mal, al igual que Van Gogh nos enseñó a pintar mal -y aquí es donde yo pienso que en Cahiers se están olvidando de gente como Michel Gondry-).



Si tiene que crearse un radicalmente nuevo cine americano, creo que la semilla debería ser el Inland Empire de Lynch o el último Gus Van Sant (semimalos alumnos): parece no haber otra salida. Así que esperemos que no arraigue un auténticamente nuevo cine americano, dios mío -me quedo mucho antes con el tutti fruti tarantiniano, el estilo post-setentero del nuevo Fincher o la vía propuesta por Malick con sus deliciosas películas-río).

Pero basta, que me estoy yendo por las ramas. El problema de Anderson es que en su película nos enseña que la ambición mal administrada es el pasaje más corto a la locura, y luego va y él no se aplica el cuento. Si algo tiene este chico es estilo propio, pero ¡eh, tranquilo!, ¡que eso ya lo sabemos! Déjate de ángulos imposibles, olvida por una vez reclamar: “aquí estoy yo, mira lo que hago con la cámara”. Muchos de sus continuos movimientos de cámara carecen de cualquier justificación posible en este film, si no es la de decir: “recordad: estáis viendo una de mis películas”. Está bien rodearse de referentes como Ciudadano Kane & company, pero por favor, después no pretendas estar a la altura con cuatro o cinco burdos movimientos de cámara o la debatible pericia que te hayan dado tus anteriores películas -y más aún si tu intento es un mero reciclaje, si no creas nada "nuevo"-.

Ya hemos tocado el choque de egos y las camaritas: hablemos ahora del forzadísimo final (tranquilos, voy a intentar evitar los spoilers): sí, está muy bien para que el título de la película tenga sentido (título que podría haber cambiado y santas pascuas) o para metaforizar el “punto de no retorno” del cine, o para impresionar -impresiona que algo queda-, pero siguiendo la lógica del argumento lo único que parece necesario es que Plainview acabe enloquecido y solo, y no esa excesiva catarsis de Day-Lewis y Paul Dano, casi ridícula -otra curiosa situación que bordea el ridículo: la primera visita de Lewis a la iglesia-.


“Eli y Daniel, cada uno a su manera, son predicadores herederos del gran Elmer Gantry, gente capaz de convencer con la fuerza de sus palabras, con lo profundo de sus voces, con la pasión de sus miradas. Por eso son rivales: ambos son falsos profetas. Su poder se manifiesta, más que de ninguna otra manera, sobre las personas que les rodean. Y ese poder logra traspasar la pantalla y alcanzar al espectador, algo nada sencillo, por otra parte”. Éste sí es un punto fuerte.

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Así que en fin… pese a todo, existiendo bazofias como 27 vestidos en la cartelera, sólo puedo darle un notable alto, y recomendar su visionado. Aunque ya saben: me quedo con la de los Coen (y es que a veces Pozos de ambición me parece una película perfecta para situar el momento actual que vive el cine, sus perspectivas de futuro y mil aspectos más, pero que pierde mucho fuelle cuando te centras en hablar únicamente sobre ella).


PD: un comentario aparte merece la banda sonora, creada por el guitarra de Radiohead Johnny Greenwood -un grupo que admiro- y alabada en ciertos sectores como una de las “más estimulantes de los últimos años, a caballo entre la música sinfónica, los sonidos diegéticos y los apuntes roqueros”. Bien, pues yo os digo que es UNA MIERDA, una jodida y prepotente mierda que aparta tu atención de la película y te incordia y molesta hasta el punto que uno de mis acompañantes estuvo a punto de abandonar la sala a mitad de la proyección (precisamente creo que la película mejora en su última parte -a pesar del descabellado broche final- por el único hecho de que la banda sonora mitiga su presencia).


Como se dice en miradas.net, web que os recomiendo encarecidamente, “desde él mismo hasta sus últimos y enardecidos admiradores, citan a Orson Welles y Robert Altman para contextualizar algunas de las características de su obra pero lo cierto es que, de entre todas las posibles semejanzas, las más claras se encuentran en lo peor de los dos maestros: la grandilocuencia en ocasiones extemporánea del primero y el manierismo a veces irritante del segundo”.



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