Monday 5 February 2007

Soñar

’Cualquiera que sea el número de aquellos en quienes se pueda suponer esta facultad de soñar, podemos afirmar con seguridad que no son muchos los que la han desarrollado (…) Para soñar habitualmente de una manera extraordinaria, un hombre debe sentir una inclinación, por decirlo así, vocacional, por la vida contemplativa. Esto para empezar; pero incluso esto, donde se da con fuerza, queda demasiado perturbado por la intensa agitación de nuestra actual vida (…) La sucesión de poderosas revoluciones en los reinos de la tierra, el continuo desarrollo de vastos agente físicos (…) hacen que se confunda la mirada del observador más tranquilo; el cerebro se ve presionado, como si la envidia de seres fantasmales se moviera a nuestro alrededor y se torna evidente que, a menos que se pueda frenar este furioso paso con el que se avanza (…) o, lo que es más probable, que se pueda sosegar por fuerzas opuestas de una magnitud equivalente, fuerzas en la dirección de la religión o de la filosofía profunda, que compensen de manera centrífuga ese torbellino de vida tan peligrosamente centrípeto hacia el vórtice de lo meramente humano, la natural tendencia de tan caótico tumulto, abandonada a sí misma, no podrá ser otra que el mal; para algunas mentes, significará la demencia; para otras, una suerte de torpor físico. En qué medida esta feroz condición de prisa continua, sobre un escenario exclusivamente humano en sus intereses, podrá derrotar la grandeza que está latente en todos los hombres, se puede comprobar en el efecto común de vivir constantemente en sociedad. La palabra disipación, en uno de sus empleos, expresa ese efecto; la acción de pensar y de sentir se ve disipada y dilapidada en demasía (…) Entre las facultades del hombre que sufren con esta vida demasiado intensa de los instintos sociales, ninguna sufre más que la de soñar. Que nadie piense que es una bagatela (…) Esta facultad, en alianza con el misterio de la oscuridad, es el vínculo mediante el cual el hombre se comunica con lo intangible. Y el órgano del sueño, en conexión con el corazón, el ojo y el oído, forma el magnífico aparato que constriñe el infinito en las cámaras de un cerebro humano, y arroja oscuros reflejos, desde las eternidades ocultas en toda la vida, en los espejos de la mente dormida.’’


Thomas De Quincey (1845)

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