
KAUFMAN: Te admiro Donald, ¿sabes? He pasado mi vida paralizado preocupándome por lo que la gente pensara de mí, y tú… tú sólo eres tan inconsciente.
DONALD: No soy inconsciente.
KAUFMAN: No, no lo entiendes. Lo digo como un cumplido. De verdad. Aquella vez en la universidad… Te estaba mirando por la ventana de la biblioteca. Tú hablabas con Sarah Marsh.
DONALD: Oh, Dios. Estaba tan enamorado de ella.
KAUFMAN: Lo sé. Y flirteabas con ella. Y ella era realmente dulce contigo.
DONALD: Lo recuerdo.
KAUFMAN: Y después, cuando te fuiste, empezó a reírse de ti con Kim Canetti. Fue como si se estuvieran riendo de mí. No te enteraste. Parecías tan feliz.
DONALD: Lo sabía. Las oí.
KAUFMAN: ¿Entonces por qué parecías tan feliz?
DONALD: Quería a Sarah, Charles. Era mío aquel amor. Me pertenecía. Y ni siquiera Sarah tenía el derecho de quitármelo. Puedo enamorarme de quien quiera.
KAUFMAN: Pensó que eras patético.
DONALD: Eso era problema suyo, no mío. Eres lo que amas, no lo que te ama. Es lo que decidí hace mucho tiempo.
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Para Manhattan, aquí.
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