Wednesday 11 April 2007

Night and Day / Showgirls: historia de una obsesión (y una indagación)



Llevo unos dos días navegando por la red de redes como un enfermo, en busca de una cara que desconozco pero imagino, y un nombre -en principio- indeterminado: obcecarse es lo que tiene. Pero al fin he logrado el abordaje, y la ansiada figura ha aparecido ante mí con nombre, apellidos, cuerpo y rostro. El culpable de todo esto -aparte de quien ahora escribe- es Juan Manuel de Prada, escritor contemporáneo que recomiendo encarecidamente (sobretodo su fresca y deliciosa ópera prima titulada Coños). Pero además de novelas, nuestro amigo se dedica a escribir asiduamente pequeños fragmentos literarios que coloca en periódicos o suplementos. Uno de ellos, ‘El chollo ideológico de la izquierda’, preside las paredes de mi cuarto. El otro, ‘Night and Day’, ha provocado la fructuosa búsqueda de la que hoy os hablo.

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Este fragmento apareció en el Semanal que regala el periódico Heraldo de Aragón cada domingo; concretamente, en el que abarcaba del 25 de Febrero al 3 de Marzo de 2007. Me impresionó tanto que lo guardé… pero a veces, las medianas impresiones no tardan demasiado en olvidarse. Hasta que no volví a encontrarme con él hace dos días, mi pequeña indagación no dio comienzo. El fragmento trata acerca de un hombre indeterminado -aunque claramente es él- que se obsesiona con una actriz secundaria de Showgirls de labios carnosos, sonrisa ingenua, nariz chata, ojos zarcos y flequillo pizpireto. Y se obsesiona tanto que ve todas sus películas una y otra vez, la homenajea en uno de sus libros y, finalmente, queda con ella en Los Ángeles y conoce así a la persona, sin máscaras ni idealizaciones. Me pareció una historia tan bonita que yo, compulsivo lector, ocasional ‘garabateador’ e inconstante detective de naderías, acabé contagiándome de la obsesión de Juan Manuel. ¿Quién sería aquella actriz secundaria tan maravillosa? ¿Cuál sería su nombre? ¿Y su rostro? ¿Sería una historia verídica? Así que, ni corto ni perezoso, empecé a recopilar información acerca de todas las actrices que participaron en la reivindicable Showgirls. Estos fueron los resultados de mi breve investigación (tan solo ignoré a Lin Tucci y no encontré a Irene Olga López, Julie Pop y Michelle Johnston):

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Elizabeth Berkley

Gina Ravera

Ungela Brockman

Rena Riffel

Melissa Williams

Bethany Chesser

Melinda Songer

Danté McCarthy
Mason Marconi

Gina Gershon

María Díaz
Lisa Boyle

Judette Warren
Caroline Key Johnson
Bobbie Phillips

¿Cuál de ellas sería? Por las indicaciones del autor eliminé a Elizabeth Berkley (es la protagonista) y a Lin Tucci (es asquerosa), pero mi purga terminó aquí. Sospeché -por la ingenuidad que exhibe en el film- de Gina Ravera, pero no me la imaginaba de color y todo fue eso, una sospecha. ¿Cuál de aquellos rostros era el objeto de tan apasionante devoción? ¡¿Cuál?! Por suerte, cuando ya iba a desistir releí el texto de Juan Manuel de Prada -que casi había olvidado ya- y eso me dio las pistas que necesitaba. A continuación os dejo el texto contemplo:




‘Durante muchos años, había buscado afanosamente su nombre en películas oscuras. Nuestro hombre –apresurémoslo a decirlo- cultiva algunas pasiones inconfesables: entre otras, su afición por las películas de presupuestos ínfimos, también cierta debilidad por actores y actrices de carrera errática. Doce años atrás, nuestro hombre descubrió a R. en Showgirls, una especie de versión softporn y deliciosamente kitsch de Eva al desnudo. R. interpretaba allí a una stripper sin suerte, que sólo servía de comparsa a la acción principal; pero nuestro hombre se quedó prendado de su rara belleza: se quedó prendado, sobre todo, de su sonrisa convulsiva e ingenua, también de su flequillo pizpireto y de sus ojos zarcos y de su nariz chata y de sus labios muy carnosos, apretados de vida. Absurdamente, se enamoró de aquella actriz secundaria: para ensimismarse más en su amor, volvió a ver a hurtadillas Showgirls hasta media docena de veces, asegurándose de que las circunstancias fisonómicas de R. quedasen grabadas en su mente. Desde entonces, buscó compulsivamente su nombre en otras películas descatalogadas; en todas ellas, R. interpretaba siempre un mismo papel estereotipado: la muchacha candorosa, inconsciente de los instintos lúbricos que provocaba en individuos inescrupulosos; nunca faltaba en tales bodrios una escena de índole erótica o impúdica que R. desempeñaba con encomiable oficio. Mientras contemplaba estas escena, entre desasosegado y trémulo, nuestro hombre se preguntaba si él no sería también un individuo inescrupuloso que anhelaba tan solo ver a R. desnuda unos minutos; pero enseguida apartaba de su cabeza esa idea insidiosa, para resolver que su obsesión por R. era de otra índole más enaltecedora, tal vez platónica.

Una obsesión tan tozuda que se prolongó durante más de una década. Las películas que interpretaba R. eran cada de naturaleza más oscura o escabrosa; pero la sonrisa de R. seguía siendo la misma, una sonrisa convulsiva e ingenua que transmitía en su rostro una impresión de generosidad, de incesante entusiasmo. Nuestro hombre, que padecía el veneno de la literatura, llegó incluso, en el colmo de su obsesión, a convertir a R. en protagonista de una de sus novelas, ocultándola bajo el disfraz de una pin-up de los años cincuenta; fue su manera de rendirle un homenaje secreto, o ni siquiera tan secreto, puesto que puso al personaje el mismo apellido que a la actriz de sus sueños. Algunos años después, nuestro hombre se atrevió a más: lo acababan de invitar a viajar a Los Ángeles, para pronunciar algunas conferencias, y no se le ocurrió otra cosa que escribir un correo electrónico a r. (como todos los tímidos patológicos, nuestro hombre es osado hasta extremos de insensatez), presentándose como un rendido y recalcitrante fan; increíblemente, R. le respondió. Nuestro hombre, entonces, perdió el pudor: confesó a su idolatrada R. que había llegado a convertirla en protagonista de una de sus novelas (más bien tendría que haberle confesado que había cedido el protagonismo a la imagen idealizada, seguramente soñada, que tenía de ella). R. le propuso entonces que se conocieran en Los Ángeles; nuestro hombre recordó aquel aforismo que nos advierte del peligro que tienen los sueños, cuando se cumplen.

Pero a la postré aceptó el reto; temía que, de lo contrario, R. lo tomara por un pusilánime. Más tarde, descubriría que R. también albergaba temores que no se había atrevido a formular: temía que nuestro hombre fuese un psicópata, tal vez un impostor. Así y todo, se arriesgó y se citó con él en un piano-bar de Beverly Hills. Por supuesto, nuestro hombre acudió a la cita con media hora de antelación; cuando R. llegó puntual ya se había embaulado un par de manhattans: el alcohol le infundía un calor bonancible e intrépido- Al verla aparecer en el piano-bar pensó que moriría de felicidad: reconoció enseguida la sonrisa convulsiva e ingenua, la misma sonrisa que había adorado en secreto durante más de una década, el flequillo pizpireto y los ojos zarcos, la nariz chata y los labios carnosos, apretados de vida. Empezaron a hablar, al principio un poco atolondradamente, luego con generosidad y entusiasmo. El pianista atacó los primeros compases de Night and Day, la célebre canción de Cole Porter; entonces R. se lo dijo, rozando con la mano la mejilla de nuestro hombre: “This will be our song”. Y nuestro hombre supo entonces que los cielos le habían deparado el don más precioso, el don que ni siquiera se había atrevido jamás a soñar. Cerró los ojos, para que la realización de ese sueño fuese aún más vívida y perdurable.’

Ya no tardé demasiado en descubrir que en La vida invisible, una de sus novelas, el protagonista Alejandro Lesada indaga -entre otras cosas- la vida de una antigua pin-up olvidada de los años 50 llamada Fanny Riffel. Fanny RIFFEL. Riffel; Riffel… en ese instante, el rostro de la actriz Rena Riffel se superpuso en la pantalla, y fue el único que contemplé. Los demás, se desvanecieron; y sonreí, no de felicidad, sino de satisfacción. Y es cierto que antes que ella hubiese elegido a muchas otras como musa (a Gina Gershon, Danté McCarthy, Melissa Williams, Bethany Chesser, Bobbie Phillips… o a la misma Berkley por ejemplo), pero lo importante era que el ‘caso estaba cerrado’:-) Sin embargo, conocer su nombre y su rostro no ha impedido que siga haciéndome ciertas preguntas: ¿la conoció realmente Juan Manuel de Prada o fue un ejercicio pajero-literario? ¿A qué don concreto se refiere al final del texto (es decir: ¿mojaron?)?

Dentro de poco veremos a Rena Riffel en mi anhelada Grindhouse, película que acaba de estrellarse en la taquilla norteamericana. Se esperaban de ella 15 millones (de euros) de recaudación durante los tres primeros días en los cines, y se ha tenido que conformar con 1,2 millones durante su primer fin de semana. Por su parte, la nueva película de David Fincher, Zodiac, apenas ha recaudado 23,5 millones de dólares en dos semanas, a pesar de que la crítica la ha considerado como lo mejor de la cartelera (la han llegado a considerar como ‘el primer film policiaco épico de la historia’). Si damos la espalda a creadores como Fincher o Tarantino, espero que luego no nos quejemos de ‘Piratas del Caribe XIX’.




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