
Para comenzar, el autor estudia la censura predominante en los albores del Séptimo Arte, y cómo los cineastas intentaban (y a veces conseguían) eludirla. Uno de los ejemplos que aparecen es el de Ingmar Bergman y su película Un verano con Mónica (Sommaren med Monika). Hace unos días me hice con esta película (y con la durísima versión de Bergman del cuento de Caperucita Roja titulada El Manantial de la doncella -mucho mejor que modernas revisiones como Freeway o Hard Candy-) en Dvd, así que aprovecharé para comentar la escena que Román Gubern explica en su libro:
... tras esto vemos a Harry, tumbado boca arriba, y la sombra de Mónica nos permite fantasear con cómo se está despojando de sus bragas...
... rápidamente (tuve que parar la película para ver con claridad los pies de Mónica), Mónica pasa por encima de Harry, que todavía se encuentra boca arriba...
...y se aleja, totalmente desnuda, hacia el mar...
...sin haber visto nada, somos partícipes de la mirada de Harry; es, casi, como si nosotros también hubiésemos estado tumbados, boca arriba.


Tras la censura, llega la apertura, que se hace visible en gran cantidad de films como Delicias turcas, del (por aquel entonces) joven Paul Verhoeven.

Para el autor, el porno supone la antielipsis e irrealidad absoluta; el porno del western, por ejemplo (si en el western estuviese prohibido mostrar imágenes de cabalgadas), serían sólo cabalgadas, una detrás de otra. Román Gubern tampoco se olvida de hablar sobre las primeras estrellas de este tipo de cine, desde Linda Lovelace (Garganta profunda), a la que algunos llamaban ‘la Garbo del porno duro’, y que utilizaba las técnicas de los tragasables de feria (¿o es tan solo una broma del autor?) hasta el superdotado John Holmes, primer ‘Rocco’ del porno; y después de las viejas glorias, las nuevas, es decir, el mismo Rocco Siffredi y su ibérico sucesor (¿?) Nacho Vidal.
También por este libro he descubierto anécdotas muy curiosas: por ejemplo, la intención de Luis Buñuel de rodar una película pornográfica en una azotea de New York (intención no llevada a cabo, pues le hubiese supuesto por aquella época el ‘problema’ de 10 años de cárcel), aquella orgía que le propuso Chaplin y no pudo acudir (hecho que siempre lamentó) o las impúdicas ideas de Dalí, como la de la imagen de una boca vertical a modo de coño. El autor constata que en el ámbito pornográfico se ha producido cierta (aunque escasa) experimentación; buenos ejemplos de ellos son las ‘biografías’ (como Inside Marilyn, de Moli), la tendencia de algunas películas a la parodia, los efectos especiales de algunas otras cintas -como los Camaleones del amor de John Leslie-, superproducciones (en este caso, gay) como Skin Flick o más recientemente, el ‘porno de autor (o ‘underground’)’ (es decir: por ejemplo, La orina y el relámpago).

Por supuesto, desde Hollywood también se ha retratado el fenómeno pornográfico (que mueve tantísimo dinero al año hoy por hoy) con (en ocasiones) decentes resultados; buenos ejemplos de ello son Boogie Nights o Wonderland (con Val Kilmer como alter ego de John Holmes). Resulta más extraño ver a actores/actrices porno en películas ‘convencionales’, pero también hay casos, como el de Rocco Siffredi en Romance X (que no obstante tiene, según Ramón Gubern, una más que larga secuencia con su férrea erección en primer plano) o más recientemente el de Lucía Lapiedra en Isi Disi 2: alto voltaje.
Actualmente, el sector pornográfico vive una auténtica revolución gracias a las nuevas tecnologías. La demanda aumenta conforme lo hace la confidencialidad, mientras que colateralmente las salas X van quebrando una tras otra. Aparecen nuevas ideas como la de Pierre Woodman y también aumenta el uso del Gang Bang, la sodomía y otro tipo de perversiones (que el autor achaca a nuestra curiosidad unida al anonimato que da Internet). En el porno también han aparecido nuevas técnicas y ‘costumbres’ (la mujer mira a cámara, sonríe, saca la lengua… para hacernos más partícipes, predomina el vello depilado -¿fantasía de ninfa?-, algo que a Gubern no le entusiasma demasiado, y también se usa muy a menudo la posibilidad de que una misma mujer satisfaga a cinco hombres a la vez -manos, boca, ano y vagina-: frente a la antigua costumbre de un hombre con varias mujeres, se impone la de una mujer para varios hombres) y dentro del porno también han proliferado nuevos ‘modos’ como el porno amateur, el gonzo, el manga…
De entre las películas porno actuales que Gubern comenta, destaca Tequila boom boom o la ya comentada La orina y el relámpago, y por supuesto, todas aquellas películas que aun siendo distribuidas dentro de los circuitos convencionales contienen tantas escenas de sexo explícito que difieren muy poco del producto puramente pornográfico (y más ahora que el porno también experimenta e intenta romper sus barreras formales): este es el caso de (en orden ascendente) Fóllame, Intimidad o 9 songs… Y es que, conforme pasa el tiempo, más difícil nos resultará trazar una frontera razonable que separe erotismo, cine de autor, dogma y pornografía.
Para terminar me quedo con un importante aviso del autor; y es que Román Gubern aclara casi al final del capítulo que aunque se nos ocurra visionar este universo de erotismo y pornografía cinematográfica siempre deberemos evitar llegar a creer en la errónea y ‘(…) depresiva idea de que en nuestra permisiva sociedad todo el mundo copula más y mejor que nosotros (…)’.
No comments:
Post a Comment