Tuesday 27 March 2007

X CONCURSO DE RELATOS BREVES SAN VICENTE FERRER (Zaragoza)

Ya sé que éste es un blog principalmente de cine, pero hoy voy a hablar de otro tipo de chascarrillos, ya que acaban de telefonear para decirme ¡que soy el Primer Premio del X Concurso de Relatos Breves San Vicente Ferrer (fundador de mi universidad)! Para mí esto es un gran orgullo, y me llena de ilusión, pues es el segundo premio que gano gracias a lo que escribo (y el primero fue un concurso de mi colegio a la edad de siete años, así que...). Aquí os dejo mi relato, que es un relato que escribí hace tiempo (eso sí, repleto de pequeñas modificaciones):
-Mi aprendiz-
"Quizás, después de todo lo que vivimos juntos, no estuvo bien ser tan brusco y terminar así contigo. Todavía recuerdo -y creo que jamás olvidaré- la cara que se te quedó cuando todo acabó entre nosotros, mientras me alejaba. Estabas destrozada, y destrozada seguirás hasta que alguien te encuentre perdida porque así fue como te dejé; como a tantas otras, sí, pero a la vez como a ninguna, ya que ahora eras tú: mi aprendiz.

Antes, durante y después de ti jamás soñé con una Luna tan plena: una que me escuchara, que no estuviese de paso… una que me quisiera tal y como soy. Siempre resonará en mis recuerdos aquella fría madrugada en la que descubrí, entre irritante publicidad y correo basura, un mensaje tuyo. Nikita te hacías llamar -¡tú siempre tan ambigua!-; aún no eras Alicia y mucho menos mi aprendiz. Parecías interesada en uno de los ensayos que por aquel entonces esbozaba, esos garabatos autocomplacientes que publicaba asiduamente en un perdido rincón de la red; y más concretamente, en mis nocturnas reflexiones acerca del esteticista ensayo que De Quincey publicó en 1827 con el título de ‘On Murder considered as one of the Fine Arts’. Así surgiste tú, mi eterno amor: como una flor temblorosa fruto de mis desvelos literarios… y contesté a tu llamada, frustrando su vocación de perdida… y tú a la mía, y así sucesivamente.

Me tocó ser tu Prometeo y te entregué encantado el feraz fuego sagrado. En mis manos y con el tiempo descubriste lo peor de Cioran, El fotógrafo de Michael Powell, la sádica Justine, Lilith, prohibidos vestigios hedonistas, El barco ebrio de Rimbaud, más de un perverso arcano y mil y una oscuridades. Y también con el tiempo, tras esa caótica amalgama de oscuros seres y conceptos, Nikita consiguió despojarse del lastre de sus máscaras y sus velos, revelando una augurada sombra que se presentó como Alicia. Te aseguro, estés dónde estés, que aunque por aquel entonces todavía no tenías un rostro para mí, durante todos mis largos ocasos de sueño o vigilia lograba forjarte uno tras otro, gracias a mi paciencia de prístino cíclope soñador.

Por tanto, con el tiempo -¿con quién si no?- empezamos a creer conocernos, y fue sólo entonces cuando empezaste a destapar ante mí tus secretos más mundanos. Me hablaste sin ambages de tus anhelos, de tus impulsos, de tus fracasos… me hablaste, por ejemplo, de tu amanecer en Brual, y también de tu incompleta carrera en la facultad de económicas de tu -nuestra- ciudad, la cual todavía abordabas cada cuatrimestre sin fuerzas, pero con cierta e injustificada esperanza; y pronto nos reímos juntos de la apocalíptica teoría de Malthus y de tantos otros falsos profetas. Tras estas sinceras confesiones no tardé demasiado en descubrir tu verdadero rostro, y sin darme apenas cuenta me vi esperándote cada mañana en la puerta de esa antigua facultad, queriendo arrancarte de sus garras y llevarte entre las mías.

Y la verdad es que te dejaste llevar… quizás demasiado pronto. Creo que sabías cómo era yo realmente, y lo peor de todo: creo que te gustaba. Sólo así comprendo tu extraña y pasmosa ductilidad… qué poco te costó dejarlo todo para acompañarme a vagar por mi colección de callejones sin salida; qué poco te costó hacer de mi orbe tu orbe; qué pronto pude navegar, cada noche, con mis manos sobre tu cuerpo.

En una de aquellas noches que ya no vuelven, de nuestras sucias noches pasadas, entre besos, tequilas y colchones rotos mi boca farfulló entre jadeos tu nuevo alias. Mi aprendiz te bauticé, y tú reíste, y desde entonces nunca fuiste más Alicia, sino mi aprendiz, mi dulce aprendiz, a pesar de que cada día me preguntase qué te enseñaba que no supieras mientras yo, pretendido maestro, aprendía sin cesar de tus palabras, de tus silencios…

Una vez vinculados por nuestra extraña relación de pupilaje, una vez inseparables, unidos de una forma tan insana que tejía espejismos de eternidad, vagamos por las calles sin rumbo fijo, y en la oscuridad te enseñé trucos secretos y juegos de alquimia -naderías- mientras tú me mirabas con ojos despiertos e intentabas seguir mis pasos, darles alcance o incluso doblarlos… y muchas veces lo lograbas sin ni siquiera arrebolarte, y yo era el sorprendido; y tras esto, todavía atónito, olvidaba técnica, juegos, trucos y destrezas, perdido en la humedad de tus piernas.

(Sabes, mejor que yo, que al cruzar la línea no quedó sitio para la teoría o las palabras: tan solo para la más impura e irreversible actividad).

Por el día pululábamos hastiados entre el informe y gregario gentío, ocultando nuestros rostros nocturnos bajo máscaras anodinas repletas de forzada indiferencia. Y nadie sospechaba de ti o de mí, de ese par de lobos amantes embutidos en asfixiantes abrigos de lana. Y balábamos, fuerte, aguardando nuestros aullidos de placer y locura para la noche, la eterna noche sin barreras del maestro y la aprendiz, mi aprendiz. Tú fuiste mi Luna, ¿y la noche? Nuestro férreo bastión.

Al comenzar este lábil juego expiró el plazo de las excusas y los secretos. Tú lo sabes, mi aprendiz: ambos fuimos culpables. Creíste entender las normas y te apuntaste a la partida, y yo permití que jugaras con tus propias reglas. Nuestro juego fue intenso, y muy peligroso. No sabría decir quién de los dos disfrutó más con él, pero sí sé que ni tú ni yo ignorábamos que quien juega -y más quien lo hace con fuego- con suerte pierde, y sin ella se quema. Sí, mi aprendiz: ambos fuimos culpables. No tuvimos suerte pues nunca perdimos, y entre ígneos destellos seguimos saliendo denodadamente cada noche, a cazar quién sabe qué. Un anónimo día, una triste mañana de resaca tan pesada como las anteriores, decidí romper los lazos que nos unían y terminé contigo. Y creo que ambos fuimos culpables. Tú ya me conocías -¿por qué te sorprendió?- y yo también creí conocerme: creí que sería fácil, tan fácil como siempre, pero ahora eras tú, mi aprendiz. Y ahora, tu gesto herido y redivivo me persigue a todas horas… en el metro; en la cocina; en los parques; en las calles; hasta en las otras caras… tu rostro me persigue en la noche.

Y nuevamente ahora, cuando sé que nada volverá a ser como antes, cuando abro mi cámara frigorífica y veo todos estos anónimos restos de carne sin vida, pienso una vez más en cómo terminé contigo, en cómo te destrocé; pienso en tus ojos transidos y en tu cara ensangrentada; pienso, una vez más, en tus inertes pedazos de piel arrancada tendidos sobre la acera, y perdido entre quimeras sueño patéticamente con lo feliz que podría haber sido un desequilibrado asesino en serie como yo junto a una aprendiz como tú."

No comments:

Post a Comment