Thursday 15 February 2007

El mito ‘Pretty Woman’ (película que no he visto ni pienso ver), mi alegato ‘anti-Titanic’ y otras películas de amor.

(Este texto bien podría haberse titulado igual que la ópera prima del (casi siempre decepcionante) director Steven Soderbergh (es decir: ‘Sexo, mentiras y cintas de vídeo’), pero he preferido ser más explícito.)


Hace unos días Salmón Sebastian me comentó, hablando de Pretty Woman (película que no sé si admira pero sí le agrada), que no entendía a las mujeres que adoraban dicho film, cuya trama consiste (resumiendo) en la historia de una puta ‘rescatada’ por un millonario. Todavía no he tenido la oportunidad de ver este clásico de la comedia romántica facilona y comercial, pero la verdad es que su comentario me hizo pensar…


…¿qué atractivo puede ver una mujer a la vida de una prostituta follada por hombres por dinero día tras día? Por gordos, viejos, pervertidos; cada hora, cada noche; griegos, orales, mamadas y cubanas a X la hora (más propinas)… porque esa es la vida de una prostituta vulgar (dejemos a la prostitución de lujo, a las ninfómanas o a ciertas excepciones aparte), la vida de una mujer que se debe lavar varias veces al día para limpiarse de anónimo semen y saliva la cara, los pechos, la boca, los brazos… el alma. En la vida real la protagonista tendría una boca igual de generosa que Julia Roberts, pero no por la cirugía o la herencia biológica (quién sabrá), sino por tragarse las pollas a pares, y el culo dilatado un día sí y otro también por culpa de ocasionales penes de tamaño no estándar, y moratones, y sustos, y mordiscos esporádicos. Así es la vida de una puta, y creo que dista mucho de la (insufrible) diva Julia Roberts, Richard Gere (también conocido como antes era guapo y soso y ahora sólo lo último) o el despreocupado y pegadizo hilo musical cortesía de Roy Orbison. ¿Y qué hay del personaje interpretado por Mr. Richard? Pues no es nada más que un ricachón caprichoso cualquiera, que se encariña de un nuevo juguete con forma de mujer, de puta re-usada... Al final todos contentos; por un lado, una puta que, a pesar de creerse enamorada, tan sólo se agarra a la única oportunidad de salir del agujero que le brinda la vida; por el otro, el yuppie caprichoso que tarde o temprano cortará las alas a la puta, que gracias a él había llegado a soñar con ser libre… ¿y luego? Poli toxicómana, sucia y finalmente desengañada, acabará muerta de una paliza o por sobredosis en el Bronx mientras su antiguo amor sigue triunfando y follándose a nuevas putas o arruinándose y colocando el cañón de un revólver sobre su sien (¿quién no desearía ver Pretty Woman 2 de la mano de, por ejemplo, Lars Von Trier, o Charlie Kaufman, o incluso del Woody Allen más cínico y negro (vamos, que no hiciese Poderosa Afrodita 2, sino el Match Point de las putas)?).



Y que conste que entiendo las motivaciones y elecciones que los personajes realizan, y yo, en su lugar, probablemente haría lo mismo, pero más que una comedia romántica su historia es un maldito drama, la historia del dominador y el dominado, del sádico y su indefensa (o no) mascota; es, sin duda, una de las más viejas historias: la del amor mal entendido (que, cinematográficamente hablando, nos ha hecho tragar (en sus peores momentos) bodrios como Nothing Hill, La Boda de Mi Mejor Amigo, la más reciente The Holiday, (casi) todas las películas de Jennifer López (que merecerían un apartado especial) y lo que es peor, la gran cantidad de inferiores sucedáneos que estas originaron).



Y dejando ya a un lado el amor mal entendido en forma de comedia romántica, pasemos al amor mal entendido en forma de superproducción-épico-romántico-megalómano-dramática, es decir, Titanic.


La frase de James Cameron al recoger la estatuilla de mejor película ese año (¡soy el rey del mundo!), más que un guiño a un momento del film me parece una auténtica declaración de intenciones de alguien que, pese a su talento, esta vez se le fue la mano al intentar ser nuestro nuevo Dios (y qué desgracia, porque la verdad es que el tipo lo consiguió, al menos a nivel de taquilla). He de decir que a mí me encantan ciertas obras de James Cameron (considero a la saga de Terminator como una de las mejores de la ciencia ficción, por encima de, por poner un ejemplo (y escandalizar un poco al personal), la de Star Wars o Matrix (ese bazofia que tan sólo parte de una premisa increíblemente buena, porque todo lo demás es basura); Mentiras Arriesgadas es el ejemplo perfecto de cómo hacer una película palomitera de acción impecable, adrenalítica y divertida a la vez; me fascinó el documental 3-D que hizo sobre el Titanic y que tuve la oportunidad de ver en los cines Imax de Madrid, y espero lo mejor de Avatar, su nueva super(super)producción (creo que si lo hace bien, al igual que en Titanic o en T-2, marcará un antes y un después en el cine (sobretodo, en los efectos especiales)), pero hay otras obras de su carrera, como Alien 2 (para mí, la peor de toda la saga) que dejan bastante que desear. A nivel técnico, digital, de vestuario o actores… a Titanic se le puede reprochar bien poco, y es más, me parece una película en general buena (entended lo de buena como ‘sé qué he ido a ver al cine y esto es lo que me han dado’), pero la manera de enfocar la historia de amor -tan mitificadora- (y esos personajes más planos que un folio) me parece realmente pésima, lo que no quiere decir que no sea algo habitual en el cine, la literatura, etc (si hablo de Titanic es por poner a un cabeza de turco visible).



Creo que habrá un día en que los efectos especiales evolucionarán tanto que dejarán ver, tras toda su parafernalia visual, el telefilm barato, el grandísimo bodrio de sobremesa que en ese aspecto es Titanic, mientras películas de amor mucho más arriesgadas y sinceras como ¡Olvídate de mí!, Annie Hall, o Alta Fidelidad ascenderán a la categoría de películas de culto (si es que ya no están allí). Films como Titanic (y recordad, él es un cabeza de turco que engloba un gran entramado) siempre se cortan, sospechosamente, con la juventud de sus personajes intacta y la idea de la ‘media naranja’ todavía imperante en sus corazones (el príncipe y la princesa se casan… ¿y luego? ¿Sólo comen perdices eternamente?). No nos engañemos: la juventud no es eterna, y el mundo está lleno de ‘medias naranjas’ que podrían encajar y exprimirse contigo (otra cosa es que el individualismo hoy generalizado nos impida verlo)… lo importante es descubrir la gran verdad: que una vez te encuentras una y tienes la experiencia adecuada (que algunos no alcanzan jamás y otros tienen antes incluso de su primera relación), el arte de amar te enseña, con paciencia, que lo verdaderamente maravilloso es disfrutar, hacer disfrutar, convivir y conservar a esa mitad el resto de la vida.


Titanic juega con la posibilidad de que esto ocurra, pero sólo se centra en la fase explosiva del amor, en la fase Amèlie (película que adoro), ignorando el futuro, y por tanto, lavándose las manos. Y yo, si tengo un buen día (o la película es increíble en otros aspectos), puedo aceptar esto… pero por favor, por favor, no me saquéis después a una decrépita abuela viviendo de los desechos de un recuerdo que en el fondo es un engaño, una chispa que el tiempo no dejó apagarse, ya que fue él quien la cortó bruscamente, creando así la expectativa de la eternidad… y no me digáis que esa abuela se ha casado, ha tenido hijos… y sin embargo, su gran historia de amor sigue siendo la de aquel breve recuerdo… viviendo toda su vida sumergida entre sombras… ¿qué hay del hombre que sí la amó toda la vida, le dio hijos y murió a su lado? ¿Por qué no cuenta esa historia en el barco, por qué ni siquiera la comenta, en vez de (o tras) la del jovenzuelo que le enseñó a escupir y la dibujó desnuda hasta que el barco quebró y lo redujo a cubitos?



Son estas historias de amor épico y furtivo, estas historias inacabadas y pueriles, y la idealización que han sufrido por parte de tantos poetas y autores, las que tanto daño han hecho al amor duradero. Porque sí, amar es dibujar cuerpos desnudos y escupir también, pero no únicamente eso, no SIMPLEMENTE eso. Amar es lo que hace el hombre que se casa con ella tras su aventura naval, ese hombre que nadie nombra ni recuerda.


Titanic, por tanto, no se centra en la fase extensiva del amor sino, como ya he dicho, en la explosiva (y de un modo simple y dualista). Es verdad que James Cameron no tenía por qué hacer lo contrario… pero lo que yo digo es que jamás consideraré a Titanic como un ejemplo perfecto de película de amor -amor tal y como yo lo entiendo- (sí de superproducción recomendable) y que si califico a Pretty Woman como basura, me siento obligado a hacer lo mismo con estos aspectos de Titanic. Titanic se aprovecha burdamente de esta fase del amor, joven, a flor de piel, exponiéndola explícitamente, pornográficamente, al igual que cutrerías televisivas del calibre de El Diario de Patricia o Sorpresa, Sorpresa, y elevándola al culmen de la experiencia vital amorosa, mientras espera fríamente que la artificial y forzada exposición de unos sentimientos tan primarios nos haga olvidar el guiñol y nos conmueva, nos conmueva por empatía, por la asociación de esas explosiones púberes de sentimiento ajeno con las nuestras, con las propias, con los recuerdos hacinados en nuestro corazón, pero sin preocuparse lo más mínimo en ahondar en las profundas raíces que dicho sentimiento, ni hacer demasiadas preguntas; sin poner todas las cartas sobre la mesa; tan solo la combinación ganadora… pero el amor no es únicamente cartas marcadas, ases o bazas triunfales, y quien busque eso en él será muy infeliz. Las raíces del amor llegan hasta el fondo mismo del hombre, de su existencia y de su separatividad, así que no me digan que esa primitiva y burda cópula de australopitecos que es Titanic y demás sucedáneos es lo mejor que se puede hacer; vale, estamos hablando de cine, de cultura pop (sobretodo ahora), pero sinceramente, entre pop y pop elijo pop, pero el de Michel Gondry, no el J-Lo



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