Wednesday 7 January 2009

Oda al cine mudo (por Paul Auster)

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"Yo no era aficionado al cine (…). Me gustaba igual que a todo el mundo: para mí era una distracción, papel pintado en movimiento, una nimiedad. Por muy bellas o hipnóticas que a veces fueran las imágenes, nunca me daban tanta satisfacción como las palabras. Era demasiado explícito, pensaba yo, no dejaba bastante espacio a la imaginación del espectador, y la paradoja consistía en que cuanto más se acercaba el cine a simular la realidad, menos lograba representar el mundo: tanto lo que está en nosotros como a nuestro alrededor. Por eso siempre había preferido instintivamente los films en blanco y negro a las películas en color, el cine mudo al hablado. Se trataba de un lenguaje visual, de una forma de contar historias proyectando imágenes en una pantalla de dos dimensiones. La incorporación del sonido y del color había creado la ilusión de una tercera dimensión, pero al mismo tiempo había robado pureza a las imágenes. Ya no eran ellas quienes se encargaban de todo, y en vez de hacer del cine el medio híbrido perfecto, el mejor de los mundos posibles, el sonido y el color habían debilitado el lenguaje que debían haber realzado (…). Pese a todos los cambios que habían sobrevenido desde entonces (…), [el cine mudo] resultaba tan fresco y estimulante como lo había sido el día del estreno. Aquello se debía a que (…) habían inventado una sintaxis de la mirada, una gramática de cinética pura, y salvo por el vestuario, los coches y el anticuado mobiliario que aparecía en segundo plano, su obra no podía envejecer. Era pensamiento plasmado en acción, voluntad humana expresándose mediante el cuerpo humano, y por tanto era para siempre. En su mayoría, las películas mudas no se habían molestado en contar historias. Eran como poemas, como interpretaciones de sueños, como intrincadas coreografías del espíritu, y, al estar ya muertas, quizá a nosotros nos llegaban más profundamente que a los espectadores de su época. Las veíamos al otro lado de un gran abismo de olvido, y las mismas cosas que las separaban de nosotros eran en realidad las que las hacían tan fascinantes: su silencio, su ausencia de color, su ritmo irregular, acelerado (…). Ya no teníamos que fingir que estábamos contemplando el mundo real. La pantalla plana era el mundo, y existía en dos dimensiones. La tercera dimensión estaba en nuestra cabeza".


The Inner Life of Martin Frost 2007 Paul Auster Laurent Petitgand
En El libro de las ilusiones volveréis a encontrar todas las constantes del autor de La trilogía de Nueva York.
Lo que más me fascina de este hombre es su inabarcable juego de espejos vida-ficción-realidad. De una surge la otra, mientras la ficción vuelve de nuevo a trastocar la realidad. Veamos un ejemplo: Paul Auster estuvo interesado en su juventud por el cine, tanto que pasó un tiempo escribiendo guiones que él creía relegados al olvido, pues no tenía medios ni capacidad para llegar a reflejarlos en pantalla. El título de uno de ellos fue La vida interior de Martin Frost. En El libro de las ilusiones, David Zimmer es un profesor de literatura muerto en vida tras el fallecimiento de su familia que, rico a causa de la desgracia, agota su tiempo escribiendo un libro sobre un autor de cine mudo desconocido (y que no existe en la realidad): Hector Mann. ¿La razón? Él le arrancó su primera sonrisa tras el accidente, él fue el responsable de mostrarle que todavía había alguna posibilidad de seguir con su vida. Al final del libro consigue ver una película inédita de dicho cineasta que acabará siendo pasto de las llamas. ¿Su título? La vida interior de Martin Frost. En 2007 Paul Auster estrenó nueva película: sí, era La vida interior de Martin Frost. ¿Y os he dicho ya que Auster comenzó a escribir tras hacerse rico por una herencia?
Christophe Beaucarne David Thewlis, Irène Jacob, Sophie Auster, Michael Imperioli

1 comment:

  1. Una herencia o el mecenazgo para hacerme omoblovista, jajaj, o whatever, con el fin de escribir en una laptop y encima de una colcha y café, je

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