Monday 26 March 2007

Hannibal: el origen del mal (Paris je t’aime, los cines Buñuel, El velo pintado, etc)

Este sábado tuve la oportunidad de ver junto a mi Clementine Hannibal: el origen del mal, nueva precuela sobre los orígenes de Hannibal Lector (esta vez centrada en la verdadera génesis del monstruo, en las heridas prístinas). En realidad, más que por el film en sí acudí a las salas por lo que el personaje, Hannibal Lecter, representa para mí. Yo siempre he sido un acérrimo curioso y una especie de admirador de todo aquello oculto, añejo, extraño, desconocido, complicado o que conlleve a ‘cruzar la línea’, sea en la dirección que sea: Jesucristo, el marqués de Sade, el universo, Hitler, el hedonismo, Rimbaud, el mito, las drogas, el arte, el amor, el sexo, la muerte (y la vida, claro)… y por supuesto, junto a la muerte siempre se han encontrado sus ‘generadores’, que también me han fascinado siempre: ‘Dios’, el destino, el hombre, el tiempo… los asesinos… y aquí me detengo, en los asesinos; en los dadores de no-vida. Aún recuerdo el nombre de los primeros que se cruzaron en mi vida: Pee Eltar en la ficción (semi protagonista de un olvidable panfleto fantástico) y quizás Henry en la realidad. El primero, fue también mi primera dirección de correo electrónico. Tras esto descubrí el origen de su nombre, e incluso ensalcé en púberes garabatos su condición; hasta hoy, que todavía no los comprendo pero (experimentos y juegos aparte) los detesto, ya que representan lo que nunca debería ser.

No obstante, en el camino ha quedado mi actual email, hannilecter@hotmail.com; y él, Hannibal, es el único culpable de esto. He de ser sincero y confesar que me pregunto muchas veces: ¿en qué momento o en qué circunstancias pude sentirme orgulloso de denominar así a mi dirección de correo electrónico? E intento recordarlo, pero no lo consigo. No es una cuestión moral, ni mucho menos. Es que simplemente no creo haber admirado nunca en demasía a tal personaje. No es el Kaiser Sozé de Sospechosos Habituales, ni el Tony Montana de El precio del poder. No es el Travis Bickle de Taxi Driver, ni el Raoul Duke de Miedo y asco en las vegas. Y -ni muchísimo menos- tampoco es Tyler Durden, ese espejo deforme de Jack en El club de la lucha que tanto representa y a quién le debo nick en este blog, en el messenger y en mis escritos. Sin duda, si alguna vez me embrujó como a Clarice su aspecto de dandy caníbal, sería por culpa de El silencio de los corderos. Pero el halo de misterio y la autosuficiencia que destila en este film se me antoja hoy prepotencia fútil, su agresividad achaques de viejo desesperado, y esas citas intelectuales un recital-monólogo de besugo. Y es que prefiero mil veces más al asesino inteligente, al psicópata de Se7en (David Fincher again), que a burdos holocaustos de carácter antropófago. El resto de aprovechamientos económico-empresariales del personaje (por parte del cine y también de Thomas Harris) me pillaron ya mayorcito, y si en Hannibal me resultó tan antipático que deseé con todas mis fuerzas verlo devorado por aquellos cerditos, en El dragón rojo ya sólo esbocé bostezos y sonrisas escépticas mientras intentaba concentrarme en la artesanal labor del maestro Edward Norton. Por eso, puede que Hannibal: el origen del mal contenga más fallos o imperfecciones que el resto de películas sobre el personaje, que sea un descarado ejercicio de productor avispado y que en ella no veamos a Anthony Hopkins (algo que para mi resulta un gran alivio); y puede también que se insista demasiado en su alma de ‘monstruo’ o que el rollo samurai y su oriental tía chirríen por los cuatro costados, pero es un verdadero placer ver a un Hannibal joven, fresco y más desquiciado y gore que nunca, haciendo brochetas de mejillas con champiñones y con esa sádica sonrisa que sólo un magnífico actor como Gaspard Ulliel puede conseguir. Definitivamente un gusto, pequeño pero un gusto, y -al contrario de lo que podría parecer- un soplo de aire fresco para el personaje que me reconcilia levemente con ese email que siempre me acompañará.



A Gaspard Ulliel lo vi hace tiempo en Largo domingo de noviazgo, film post-Amèlie (ese psicodélico y delicioso cuento parisino) de Jean-Pierre Jeunet, como amnésico novio de la -todavía- protagonista y -aún no mi- musa Audrey Tautou. Pero la última vez que recuerdo haberlo visto, con el pelo bastante más largo -y en plan ambiguo-, es en uno de los cortos de Paris je t’aime, anodina y poco recomendable película (pese a la ristra de directores ‘de culto’ que participaron) que hubiese comentado si no llego a olvidar al día siguiente. Lo único que merece un poco la pena, que yo recuerde, es el corto de Alexander Payne, el de Natalie Portman y su novio ciego (menuda carrerita se pega guiada por el invidente) y siendo generosos, el de Nick Nolte haciendo de abuelo o el de la chica musulmana.

Lo que sí que merece la pena es elogiar a los cines Buñuel -cines en los que se proyectó Paris je t’aime-. En la mayoría de cines y multisalas de mi ciudad ya sabes lo que te vas a encontrar: ‘Epics movies’ o ‘Diamantes de sangre’… y luego están los cines Renoir, más centrados en películas europeas, españolas y documentales (ahora mismo, por ejemplo, me interesaría ver 3 de las 4 películas que tienen en cartel -Teresa, el cuerpo de Cristo, El jefe de todo esto y La vida de los otros-). Pero cuando nos encontramos con una película incapaz de entrar en estos dos extremos y que se ha estrenado en Zaragoza, sólo deberías buscarla en un lugar: los cines Buñuel. Es aquí donde vi Irreversible. Donde vi Última llamada. Donde vi… Ingenuas y peligrosas. Sí; en mi ciudad sólo hay un cine capaz de admitir en sus salas estos tres tipos de películas, y es este. Por tanto, lo mínimo que merece es una gran ovación: ¡larga vida a los Buñuel! :-)



Ayer también vi El velo pintado, con Naomi Watts y Edward Norton (again) haciendo de pareja mal -y posteriormente bien- compenetrada. La verdad es que no estuvo mal; a pesar de que al principio me riese más que otra cosa (algo malo, ya que no es para nada una comedia) luego te vas metiendo en la historia cada vez más. Eso sí: no llegué a emocionarme demasiado en ningún momento (y ese encuentro final me parece más forzado…). Mis acompañantes sí lo hicieron, y alguno salió encantando con la película, pero la verdad es que yo prefiero mil veces otro film reciente que para mí también habla del amor en los mismos términos: El nuevo mundo. No sé decir qué diferencia real existe entre estas dos películas, pero sé que olvidaré El velo pintado en unas semanas mientras que esta otra película logró emocionarme en su día y me convenció lo suficiente como para adquirirla en Dvd y buscarle un hueco en mi lista de films favoritos.

Y de madrugada también visioné en la 2 Jules et Jim, creyendo que éste era el film que movía a los 3 protagonistas de Soñadores a correr por aquel museo (¿recordáis la escena?). Una vez vista he desechado tal idea (creo), pero en absoluto me arrepiento de haberme quedado a verla. La película de Moreau y Truffaut me ha parecido -al igual que a la mayoría de críticos- una de las obras maestras del cine francés. Su comienzo imparable, ‘videoclipero’, su lenguaje visual, su guión, sus personajes… todo me ha dejado boquiabierto. Y sí: puede que no fuese ésta la película que mueve a la cinéfila de Eva Green y compañía a correr por los pasillos del museo, pero estoy seguro de que Bertolucci la tuvo en mente mientras filmaba Soñadores. Una auténtica joya, de verdad.


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