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Aunque Joel Loves Clementine llevaba muerto un tiempo, hasta ahora no había sabido cómo despedirme de un blog tan especial para mí. Sin embargo, a principios de año tuve la suerte de acudir al curso "Análisis y comentario de textos fílmicos" impartido por el gran Luis Úrbez. Al finalizar dicho curso realicé un trabajo sobre ¡Olvídate de mí! con el propósito de obtener un par de créditos de libre elección para mi carrera y atreverme de una vez por todas a analizar uno de mis cinco films favoritos. Pero además, conforme lo iba fraguando me di cuenta de que este trabajo podía ser el cierre ideal de Joel Loves Clementine.
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Tyler Durden sigue pululando por la red dedicado a la escritura amateur y tareas más oscuras, y podréis seguir todas mis futuras votaciones y críticas en Fimaffinity. Pero este blog termina aquí, con un homenaje a la película que le dio título. No obstante, voy a mantenerlo abierto indefinidamente para quien quiera bucear a través de los dos años de frenética actividad que lo hizo crecer.
En el trabajo se me exigió seguir el siguiente guión: a) Contenido temático; b) Juicio cinematográfico; c) Contextualización social y personal. Así lo hice. Recomiendo que sea leído por personas que ya hayan visto la película, porque la analiza muy minuciosamente. Para ello me serví de una Memoria Narrativa realizada por mí gracias a todo lo que aprendí de Luis, y a la que hago constantes referencias a lo largo del trabajo. He aquí dicha memoria:
Sin más dilación, reproduzco aquí parte del trabajo, a modo de despedida. Muchas gracias a todos los que seguisteis este blog en alguna ocasión:
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¡Olvídate de mí!, por David A.
a) Contenido temático.
¡Olvídate de mí! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004) es una película sobre el amor y el recuerdo.
Sobre el recuerdo
El film de Michel Gondry presenta vagos paralelismos con el mensaje que pretendía transmitir Kieslowski con su Azul (Trois couleurs: Bleu, 1993). Recordar es necesario. El olvido no es la solución, sino el gran problema (pues olvidar u obviar el pasado no enseña: anula).
¡Olvídate de mí! analiza el dolor que conlleva el olvido por tres caminos alternativos pero confluyentes. A través de la mente de Joel durante el proceso de borrado, vivimos en primer lugar el dolor que trae ser consciente de olvidar. La confusión del comienzo (12. y 18.) da paso a una cierta sensación de liberación (19. «Te estoy borrando y soy feliz»), pero Joel pronto descubre horrorizado, ante el recuerdo de su Clementine amada (26.), que el olvido mata tu pasado, que el olvido ES la muerte.
En segundo lugar, experimentamos la rabia y el dolor del olvidado.
Cuando Joel se presenta, reconciliador, ante una Clementine que ni lo reconoce (13.), la extraña situación le corroerá. De repente, él no es nada. Han sido borrados dos años de su vida, una vida que ya sólo él recuerda. Porque amar es compartir. Compartir una ilusión, un proyecto vital, una pasión, una rutina… y un pasado. Olvidar el pasado corta los lazos entre las personas y hace imposible la convivencia. Olvidar te anula tanto como ser olvidado.
Y finalmente, también sentiremos la desesperación que conlleva ser consciente de tu falta de recuerdos. Viviremos el dolor de este descubrimiento a través de Mary (32. —REALIDAD—). Olvidar, se nos dice, no es solución sino muerte… y además el pasado siempre vuelve. Mary vuelve a besar al doctor Howard y Joel viaja impulsivamente hasta Montauk tras su Clementine olvidada. Resulta irónico ver a Mary destrozada tras las previas y constantes alabanzas al desmemoriado. Olvidar los tropiezos nos lleva a caer ante las mismas piedras, en un demoníaco bucle que nunca termina. Pues el olvidadizo estará interminablemente expuesto a sus antiguas equivocaciones (amén de a algún que otro Patrick sin escrúpulos (25.)). Para superar el bucle, para progresar, se hace completamente necesaria la memoria, el recuerdo. Sólo recuperándola podrá Mary cerrar la puerta que de nuevo había abierto al doctor Howard; sólo al recuperarla, Joel y Clementine pueden verse (38. y 39.) y plantear una relación seria y adulta.
En mi opinión, no es casual que se cite a Nietzsche (32. —REALIDAD—): nuestros desmemoriados protagonistas viven una especie de eterno retorno del que sólo pueden sacar algo en claro a través de la memoria. Los personajes sólo aprenden cuando vuelven a recordar. Estamos atados a nuestras pasiones, sí, pero también tenemos una memoria que nos puede ayudar a no caer en los mismos errores o, al menos, a estar preparados para la caída.
¡Olvídate de mí! analiza el dolor que conlleva el olvido por tres caminos alternativos pero confluyentes. A través de la mente de Joel durante el proceso de borrado, vivimos en primer lugar el dolor que trae ser consciente de olvidar. La confusión del comienzo (12. y 18.) da paso a una cierta sensación de liberación (19. «Te estoy borrando y soy feliz»), pero Joel pronto descubre horrorizado, ante el recuerdo de su Clementine amada (26.), que el olvido mata tu pasado, que el olvido ES la muerte.
En segundo lugar, experimentamos la rabia y el dolor del olvidado.
Cuando Joel se presenta, reconciliador, ante una Clementine que ni lo reconoce (13.), la extraña situación le corroerá. De repente, él no es nada. Han sido borrados dos años de su vida, una vida que ya sólo él recuerda. Porque amar es compartir. Compartir una ilusión, un proyecto vital, una pasión, una rutina… y un pasado. Olvidar el pasado corta los lazos entre las personas y hace imposible la convivencia. Olvidar te anula tanto como ser olvidado.
Y finalmente, también sentiremos la desesperación que conlleva ser consciente de tu falta de recuerdos. Viviremos el dolor de este descubrimiento a través de Mary (32. —REALIDAD—). Olvidar, se nos dice, no es solución sino muerte… y además el pasado siempre vuelve. Mary vuelve a besar al doctor Howard y Joel viaja impulsivamente hasta Montauk tras su Clementine olvidada. Resulta irónico ver a Mary destrozada tras las previas y constantes alabanzas al desmemoriado. Olvidar los tropiezos nos lleva a caer ante las mismas piedras, en un demoníaco bucle que nunca termina. Pues el olvidadizo estará interminablemente expuesto a sus antiguas equivocaciones (amén de a algún que otro Patrick sin escrúpulos (25.)). Para superar el bucle, para progresar, se hace completamente necesaria la memoria, el recuerdo. Sólo recuperándola podrá Mary cerrar la puerta que de nuevo había abierto al doctor Howard; sólo al recuperarla, Joel y Clementine pueden verse (38. y 39.) y plantear una relación seria y adulta.
En mi opinión, no es casual que se cite a Nietzsche (32. —REALIDAD—): nuestros desmemoriados protagonistas viven una especie de eterno retorno del que sólo pueden sacar algo en claro a través de la memoria. Los personajes sólo aprenden cuando vuelven a recordar. Estamos atados a nuestras pasiones, sí, pero también tenemos una memoria que nos puede ayudar a no caer en los mismos errores o, al menos, a estar preparados para la caída.
Sobre el amor
Clementine: Me ha encantado conocerte, no sé (se marcha del apartamento de Joel).
Joel: ¡Espera!
Clementine: ¿Qué?
Joel: ¡No lo sé! Sólo espera…
Clementine: ¿Qué quieres, Joel?
Joel: No lo sé. Quiero que esperes sólo, un rato.
Clementine: Vale.
Joel: ¿En serio?
Clementine: No soy un concepto, Joel. Soy una mujer jodida que busca su propia paz de espíritu, no soy perfecta.
Joel: No veo nada que no me guste de ti.
Clementine: Pero lo harás.
Joel: Ahora mismo no lo veo.
Clementine: Lo harás. No sé, ya se te ocurrirán cosas. Y yo me aburriré de ti y me sentiré atrapada porque eso es lo que me suele pasar.
Joel: (Silencio)… Vale.
Clementine: ¡¿Vale?!
Clementine: Vale (risas).
Joel: Vale.
¡Olvídate de mí! es una película sobre el amor.
¿Podría ser considerada una comedia romántica? Podría. Pero parafraseando al crítico cinematográfico Sergi Sánchez, estaríamos hablando de «la comedia romántica más tenebrosa jamás filmada». El amor de ¡Olvídate de mí! no es el amor puerilmente mitificado de cualquier estúpida e insípida comedia romántica estándar. Joel es un ser aparentemente apocado y retraído, rayando lo mediocre. Clementine, una “borrachina” superficial y excesiva. Pero estas dos personas se han amado y eso lo inunda todo. Su historia no es pura pasión y-barra-o romanticismo cateto, sino que presenta claros tintes naranjas, rojos, verdes y azules que la hacen maravillosa por real y cercana. El amor de ¡Olvídate de mí! es un amor real, con sus fisuras y su poso amargo; y por real, duele.
No me extenderé mucho con el diálogo final entre Joel y Clementine (39.) arriba expuesto, ya que también será tratado en el posterior juicio cinematográfico de la película. Pero he de decir que me parece el final más bello y honesto posible para una película sobre el amor.
El amor duele, el amor fracasa. Y el amor insiste. Podrá torcerse todo, podrás, incluso, augurar que todo ha de torcerse, que esa es la ley: todos perdemos al final. A largo plazo cualquier vida se descubre como la historia de una derrota. Pero eso no importa, o al menos no importa ahora. Ahora que estás enamorado. Ahora que la pasión te quema por dentro. Cuando hay amor, sólo el amor importa.
Al final vencerá el olvido. Y es por ello por lo que deberíamos aprovechar con intensidad, creo, este hoy vital; este hoy resplandeciente donde reina el amor y el recuerdo. Por ello resulta imposible no sentirse bien tras escuchar ese «Vale» final compartido entre risas y alguna que otra lágrima. Que Joel, Clementine y todos nosotros aceptemos el fracaso vaticinado por un choros en forma de cassette no tiene porqué llevar a renunciar al juego. Porque eso es la vida y eso es el amor: jugar y apostar por algo aunque las cartas estén marcadas y la partida perdida de antemano.
Joel: ¡Espera!
Clementine: ¿Qué?
Joel: ¡No lo sé! Sólo espera…
Clementine: ¿Qué quieres, Joel?
Joel: No lo sé. Quiero que esperes sólo, un rato.
Clementine: Vale.
Joel: ¿En serio?
Clementine: No soy un concepto, Joel. Soy una mujer jodida que busca su propia paz de espíritu, no soy perfecta.
Joel: No veo nada que no me guste de ti.
Clementine: Pero lo harás.
Joel: Ahora mismo no lo veo.
Clementine: Lo harás. No sé, ya se te ocurrirán cosas. Y yo me aburriré de ti y me sentiré atrapada porque eso es lo que me suele pasar.
Joel: (Silencio)… Vale.
Clementine: ¡¿Vale?!
Clementine: Vale (risas).
Joel: Vale.
¡Olvídate de mí! es una película sobre el amor.
¿Podría ser considerada una comedia romántica? Podría. Pero parafraseando al crítico cinematográfico Sergi Sánchez, estaríamos hablando de «la comedia romántica más tenebrosa jamás filmada». El amor de ¡Olvídate de mí! no es el amor puerilmente mitificado de cualquier estúpida e insípida comedia romántica estándar. Joel es un ser aparentemente apocado y retraído, rayando lo mediocre. Clementine, una “borrachina” superficial y excesiva. Pero estas dos personas se han amado y eso lo inunda todo. Su historia no es pura pasión y-barra-o romanticismo cateto, sino que presenta claros tintes naranjas, rojos, verdes y azules que la hacen maravillosa por real y cercana. El amor de ¡Olvídate de mí! es un amor real, con sus fisuras y su poso amargo; y por real, duele.
No me extenderé mucho con el diálogo final entre Joel y Clementine (39.) arriba expuesto, ya que también será tratado en el posterior juicio cinematográfico de la película. Pero he de decir que me parece el final más bello y honesto posible para una película sobre el amor.
El amor duele, el amor fracasa. Y el amor insiste. Podrá torcerse todo, podrás, incluso, augurar que todo ha de torcerse, que esa es la ley: todos perdemos al final. A largo plazo cualquier vida se descubre como la historia de una derrota. Pero eso no importa, o al menos no importa ahora. Ahora que estás enamorado. Ahora que la pasión te quema por dentro. Cuando hay amor, sólo el amor importa.
Al final vencerá el olvido. Y es por ello por lo que deberíamos aprovechar con intensidad, creo, este hoy vital; este hoy resplandeciente donde reina el amor y el recuerdo. Por ello resulta imposible no sentirse bien tras escuchar ese «Vale» final compartido entre risas y alguna que otra lágrima. Que Joel, Clementine y todos nosotros aceptemos el fracaso vaticinado por un choros en forma de cassette no tiene porqué llevar a renunciar al juego. Porque eso es la vida y eso es el amor: jugar y apostar por algo aunque las cartas estén marcadas y la partida perdida de antemano.
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Por tanto, repito y matizo: ¡Olvídate de mí! es una MARAVILLOSA película sobre el amor y el recuerdo.
Y sin lugar a dudas, el más bello, sincero y realista canto a la vida que he visto en el cine contemporáneo.
Y sin lugar a dudas, el más bello, sincero y realista canto a la vida que he visto en el cine contemporáneo.
b) Juicio cinematográfico.
Antes de entrar de lleno en el juicio cinematográfico de la película, resulta completamente necesario abordar, aunque sea tangencialmente, las figuras de Michel Gondry y Charlie Kaufman, director y guionista de ¡Olvídate de mí!Hay ciertos críticos que se permiten la licencia de otorgar la mayor parte del mérito de esta película a Charlie Kaufman. Y creo que están equivocados. Resulta innegable que Charlie Kaufman es el guionista más interesante del panorama actual, pero un artefacto como el de ¡Olvídate de mí! no habría funcionado en manos de cualquiera, y mucho menos habría podido ser trasformado en una obra maestra.
Kaufman aporta un guión de hierro perfectamente hilvanado, cosa que también hizo en sus anteriores y muy interesantes trabajos (Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich, 1999) y Adaptation. El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002), dirigidas por Spike Jonze), pero la responsabilidad de traducir el artefacto en imágenes recae únicamente en Michel Gondry, un magnífico director surgido del mundo del videoclip (al igual que otros interesantes directores como David Fincher o el ya nombrado Spike Jonze). Desde sus más interesantes trabajos en el medio primigenio (pensemos, por ejemplo, en el Knives Out de Radiohead o el Bachelorette de Björk) ya auguraba una potente imaginería, y es en el cine donde ha confirmado su talento.
Faltaría a la veracidad al negar el mérito a uno o a otro. ¡Olvídate de mí! es un milagro conjunto, el resultado del choque de dos estrellas que eclipsaron todo a su alrededor. Michel Gondry ha seguido iluminándonos con su magia naïf en maravillas como La ciencia del sueño (La science des rêves, 2006) o Rebobine, por favor (Be Kind Rewind, 2008), pero la ausencia de Kaufman trajo unos guiones más lineales e infantiles que mantuvieron a ¡Olvídate de mí! en la cúspide de su obra.
Por su parte, Kaufman intentó pasarse a la dirección en la todavía inédita en España Synecdoche, New York (2008), pero el enrevesadísimo guión se vio constantemente lastrado por una plétora excesiva de anodinas imágenes muertas creadas con escasa pericia cinematográfica.
Antes de entrar de lleno en el juicio cinematográfico de la película, resulta completamente necesario abordar, aunque sea tangencialmente, las figuras de Michel Gondry y Charlie Kaufman, director y guionista de ¡Olvídate de mí!Hay ciertos críticos que se permiten la licencia de otorgar la mayor parte del mérito de esta película a Charlie Kaufman. Y creo que están equivocados. Resulta innegable que Charlie Kaufman es el guionista más interesante del panorama actual, pero un artefacto como el de ¡Olvídate de mí! no habría funcionado en manos de cualquiera, y mucho menos habría podido ser trasformado en una obra maestra.
Kaufman aporta un guión de hierro perfectamente hilvanado, cosa que también hizo en sus anteriores y muy interesantes trabajos (Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich, 1999) y Adaptation. El ladrón de orquídeas (Adaptation, 2002), dirigidas por Spike Jonze), pero la responsabilidad de traducir el artefacto en imágenes recae únicamente en Michel Gondry, un magnífico director surgido del mundo del videoclip (al igual que otros interesantes directores como David Fincher o el ya nombrado Spike Jonze). Desde sus más interesantes trabajos en el medio primigenio (pensemos, por ejemplo, en el Knives Out de Radiohead o el Bachelorette de Björk) ya auguraba una potente imaginería, y es en el cine donde ha confirmado su talento.
Faltaría a la veracidad al negar el mérito a uno o a otro. ¡Olvídate de mí! es un milagro conjunto, el resultado del choque de dos estrellas que eclipsaron todo a su alrededor. Michel Gondry ha seguido iluminándonos con su magia naïf en maravillas como La ciencia del sueño (La science des rêves, 2006) o Rebobine, por favor (Be Kind Rewind, 2008), pero la ausencia de Kaufman trajo unos guiones más lineales e infantiles que mantuvieron a ¡Olvídate de mí! en la cúspide de su obra.
Por su parte, Kaufman intentó pasarse a la dirección en la todavía inédita en España Synecdoche, New York (2008), pero el enrevesadísimo guión se vio constantemente lastrado por una plétora excesiva de anodinas imágenes muertas creadas con escasa pericia cinematográfica.
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Tras echar un vistazo a la memoria narrativa que he intentado esbozar, podríamos relatar el guión de esta historia de la siguiente manera: al principio (de 1. a 9.) veremos un falso comienzo de la relación afectiva entre Joel y Clementine, ya que en realidad se trata de su “segunda primera vez” (aunque por otro lado, para ellos sí es una primera vez ya que —tal y como iremos viendo a lo largo de la película— la auténtica primera vez ha sido borrada de sus mentes). Pero en este punto del metraje COMPARTIREMOS la situación con los personajes desde su desmemoriado punto de vista.
Tras esto llegarán los títulos de crédito (10.), algo chocante pues ya se nos habían olvidado. Pero es después de estos créditos, que al principio parecen ser un elemento extraño y desubicado (aunque los desubicados somos nosotros) cuando comienza la verdadera explicación del relato, que irá abriéndose ante nosotros poco a poco y nos permitirá DESCUBRIR, gracias al proceso de borrado, la relación entre Joel y Clementine desde su “primer primer” encuentro hasta la disolución de su relación. Y este enorme, emotivo y no lineal “flashback” (que va de los títulos de crédito a la escena 34., que enlaza con la 1.) nos permitirá comprender el verdadero alcance y significado del encuentro que habíamos visto al comienzo del film.
Cerca ya del final (37.), se continuará y matizará la situación planteada al comienzo de la película, y los personajes descubrirán gracias a las cintas de Mary lo que nosotros ya sabíamos. Y al final, puestas ya todas las cartas sobre la mesa, COMPARTIREMOS con ellos en el clímax de esta historia un mismo punto de vista, en el pasillo frente a frente.
Ante un guión tan aparentemente enrevesado, sin embargo, resulta sorprendente visionar el film y descubrir lo fácil que resulta comprender la historia. Hay que estar muy poco habituado al cine o prestar muy poca atención al devenir del relato para no seguir con facilidad el desarrollo de la trama. Aunque ante la memoria narrativa parezca imposible que un puzle narrativo tan complejo pueda resultar fácil de ver, lo cierto es que la película siempre te da la mano.
Podríamos hablar de algún que otro detalle del guión que hace más transitable el relato, como las alusiones a San Valentín (ver escenas 7. y 17.), el Oh My Darling Clementine (5., 29. —MENTE DE JOEL— y 34. —MENTE DE JOEL—) o la abolladura en el coche (1. y 19. —MENTE DE JOEL—), pero para comenzar a abordar la encomiable labor de Michel Gondry en la dirección me centraré en el inteligente uso del color que realiza.
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Tras esto llegarán los títulos de crédito (10.), algo chocante pues ya se nos habían olvidado. Pero es después de estos créditos, que al principio parecen ser un elemento extraño y desubicado (aunque los desubicados somos nosotros) cuando comienza la verdadera explicación del relato, que irá abriéndose ante nosotros poco a poco y nos permitirá DESCUBRIR, gracias al proceso de borrado, la relación entre Joel y Clementine desde su “primer primer” encuentro hasta la disolución de su relación. Y este enorme, emotivo y no lineal “flashback” (que va de los títulos de crédito a la escena 34., que enlaza con la 1.) nos permitirá comprender el verdadero alcance y significado del encuentro que habíamos visto al comienzo del film.
Cerca ya del final (37.), se continuará y matizará la situación planteada al comienzo de la película, y los personajes descubrirán gracias a las cintas de Mary lo que nosotros ya sabíamos. Y al final, puestas ya todas las cartas sobre la mesa, COMPARTIREMOS con ellos en el clímax de esta historia un mismo punto de vista, en el pasillo frente a frente.
Ante un guión tan aparentemente enrevesado, sin embargo, resulta sorprendente visionar el film y descubrir lo fácil que resulta comprender la historia. Hay que estar muy poco habituado al cine o prestar muy poca atención al devenir del relato para no seguir con facilidad el desarrollo de la trama. Aunque ante la memoria narrativa parezca imposible que un puzle narrativo tan complejo pueda resultar fácil de ver, lo cierto es que la película siempre te da la mano.
Podríamos hablar de algún que otro detalle del guión que hace más transitable el relato, como las alusiones a San Valentín (ver escenas 7. y 17.), el Oh My Darling Clementine (5., 29. —MENTE DE JOEL— y 34. —MENTE DE JOEL—) o la abolladura en el coche (1. y 19. —MENTE DE JOEL—), pero para comenzar a abordar la encomiable labor de Michel Gondry en la dirección me centraré en el inteligente uso del color que realiza.
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.Centrémonos en el pelo de Clementine: desde casi el comienzo de la película (5.) se dejan claras las reglas del juego. «Aplico mi personalidad a un tinte», explica Clementine a Joel en el tren. Antes, nos ha enumerado sus diferentes tipos de “color-tinte”: Azul “ruina”, “amenaza” roja, “fiebre” amarilla y “revolución” verde.
A partir de entonces cabría preguntarse: ¿qué sentido tiene colocar a Clementine un azul “tristeza-ruina” en el comienzo de la película? ¿No sería mejor una “revolución-esperanza” verde ahora que está conociendo a Joel? ¿O quizá Clementine es alguien que acaba de pasar por algo traumático? El color del pelo de Clementine al comienzo del film nos empieza a plantear una seria de preguntas que enrarecen este “primer” encuentro.
Y no sólo eso: si nos fijamos detenidamente, a lo largo de todo el metraje anterior a los títulos de crédito el clima cromático es claramente azulado (azul “ruina”). Parece que algo no va bien, y si a esto le añadimos la sensación de extrañeza que flota en el ambiente (la conversación en el tren con esa extraña música de fondo —gran trabajo del músico Jon Brion—, el despertar confuso con abolladura incluida, el viaje impulsivo de Joel a Montauk, páginas del diario arrancadas, la grieta en el río helado, un desconocido que golpea en el cristal de su coche…) parece que hay algo por contar que no sabemos, que no casa… parece que falta una explicación.
Volviendo al pelo de Clementine, veremos cómo a lo largo de la película ejerce no sólo una función narrativa y clarificadora asombrosa (nos permite diferenciar la realidad de la mente de Joel o distinguir sin problemas las distintas fases de su relación —no es casual que la primera vez que Joel se arrepienta del borrado (26.—MENTE DE JOEL—) coincida con la primera vez que Clementine nos muestre su “amenaza-pasión” roja, dejando atrás un naranja que no es más que una forma degradada del rojo—), sino que también es usado con una función dramática poderosísima: sólo hay que pensar en las divergencias emocionales que se dan entre un Patrick y una Clementine confusa y azul (26. —REALIDAD—) y la Clementine de pelo rojo junto a Joel (26. —MENTE DE JOEL—), o en su primer recuerdo juntos en Montauk (34. —MENTE DE JOEL—), donde es la única vez que podremos contemplar a una Clementine de pelo “revolución-esperanza” verde que podría reflejar tanto el anhelo que aquel día les unió o el recuerdo distorsionado de un Joel que todavía espera no olvidar a su Clementine a pesar del proceso de borrado.
Merece la pena detenerse un momento aquí (34. —MENTE DE JOEL—). Tras tanta huída sin fruto, una avioneta “revolución” roja sobrevuela el último recuerdo a borrar. Parece que algo puede pasar. Cae la “noche-olvido” y Joel y Clementine se introducen en esa casa que no es más que un poderosísimo símbolo de su relación («Nuestra casa», dice Clementine). Pero el proceso de borrado continúa y las “olas-tiempo” se introducen hasta la cocina erosionando toda la casa, llenándola de arena mientras las paredes se derrumban… Clementine le ruega que se quede, que traicione a su propio recuerdo e invente una despedida. Joel se queda, Joel la besa, y Clementine le susurra: «Nos vemos en Montauk».
A partir de entonces cabría preguntarse: ¿qué sentido tiene colocar a Clementine un azul “tristeza-ruina” en el comienzo de la película? ¿No sería mejor una “revolución-esperanza” verde ahora que está conociendo a Joel? ¿O quizá Clementine es alguien que acaba de pasar por algo traumático? El color del pelo de Clementine al comienzo del film nos empieza a plantear una seria de preguntas que enrarecen este “primer” encuentro.
Y no sólo eso: si nos fijamos detenidamente, a lo largo de todo el metraje anterior a los títulos de crédito el clima cromático es claramente azulado (azul “ruina”). Parece que algo no va bien, y si a esto le añadimos la sensación de extrañeza que flota en el ambiente (la conversación en el tren con esa extraña música de fondo —gran trabajo del músico Jon Brion—, el despertar confuso con abolladura incluida, el viaje impulsivo de Joel a Montauk, páginas del diario arrancadas, la grieta en el río helado, un desconocido que golpea en el cristal de su coche…) parece que hay algo por contar que no sabemos, que no casa… parece que falta una explicación.
Volviendo al pelo de Clementine, veremos cómo a lo largo de la película ejerce no sólo una función narrativa y clarificadora asombrosa (nos permite diferenciar la realidad de la mente de Joel o distinguir sin problemas las distintas fases de su relación —no es casual que la primera vez que Joel se arrepienta del borrado (26.—MENTE DE JOEL—) coincida con la primera vez que Clementine nos muestre su “amenaza-pasión” roja, dejando atrás un naranja que no es más que una forma degradada del rojo—), sino que también es usado con una función dramática poderosísima: sólo hay que pensar en las divergencias emocionales que se dan entre un Patrick y una Clementine confusa y azul (26. —REALIDAD—) y la Clementine de pelo rojo junto a Joel (26. —MENTE DE JOEL—), o en su primer recuerdo juntos en Montauk (34. —MENTE DE JOEL—), donde es la única vez que podremos contemplar a una Clementine de pelo “revolución-esperanza” verde que podría reflejar tanto el anhelo que aquel día les unió o el recuerdo distorsionado de un Joel que todavía espera no olvidar a su Clementine a pesar del proceso de borrado.
Merece la pena detenerse un momento aquí (34. —MENTE DE JOEL—). Tras tanta huída sin fruto, una avioneta “revolución” roja sobrevuela el último recuerdo a borrar. Parece que algo puede pasar. Cae la “noche-olvido” y Joel y Clementine se introducen en esa casa que no es más que un poderosísimo símbolo de su relación («Nuestra casa», dice Clementine). Pero el proceso de borrado continúa y las “olas-tiempo” se introducen hasta la cocina erosionando toda la casa, llenándola de arena mientras las paredes se derrumban… Clementine le ruega que se quede, que traicione a su propio recuerdo e invente una despedida. Joel se queda, Joel la besa, y Clementine le susurra: «Nos vemos en Montauk».
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.Y de ahí volvemos al principio, a ese Joel desmemoriado y azul que, impulsivamente, coge un tren con destino a Clementine.
¡Qué difícil resulta trasladar en palabras imágenes tan bellas! Sólo viendo ¡Olvídate de mí!, y no leyendo sobre ella, se puede admirar completamente la maestría de Michel Gondry a la hora de plasmar en imágenes el guión de Kaufman.
Antes de terminar mi breve juicio cinematográfico, no obstante, me gustaría dejar constancia de cuatro escenas concretas, a mi parecer sublimes. Podría elegir muchas más, pero no quiero resultar pesado.
1. (38.) El clímax ante las cintas grabadas. Jamás vi un efecto parecido en otra película. Por un lado, tenemos al Joel y a la Clementine “post borrado” conversando, intentando crear los lazos necesarios para comenzar una relación. Pero a sus voces se acoplan las de un cassette, pertenecientes a un Joel y a una Clementine “pre borrado” totalmente hartos de la relación. El efecto dramático es intensísimo y sin ese juego de voces discordantes sería muy difícil que el «Vale» final compartido llegase tan hondo al espectador.
¡Qué difícil resulta trasladar en palabras imágenes tan bellas! Sólo viendo ¡Olvídate de mí!, y no leyendo sobre ella, se puede admirar completamente la maestría de Michel Gondry a la hora de plasmar en imágenes el guión de Kaufman.
Antes de terminar mi breve juicio cinematográfico, no obstante, me gustaría dejar constancia de cuatro escenas concretas, a mi parecer sublimes. Podría elegir muchas más, pero no quiero resultar pesado.
1. (38.) El clímax ante las cintas grabadas. Jamás vi un efecto parecido en otra película. Por un lado, tenemos al Joel y a la Clementine “post borrado” conversando, intentando crear los lazos necesarios para comenzar una relación. Pero a sus voces se acoplan las de un cassette, pertenecientes a un Joel y a una Clementine “pre borrado” totalmente hartos de la relación. El efecto dramático es intensísimo y sin ese juego de voces discordantes sería muy difícil que el «Vale» final compartido llegase tan hondo al espectador.
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.2. (13.) Joel en casa de sus amigos, relatando cómo fue a visitar a Clementine a la biblioteca y ésta no le reconoció. Magnífico flashback. La película nos muestra el recuerdo: un Joel confuso alejándose de Clementine. De repente, las luces de la biblioteca empiezan a apagarse, y antes de que todo quede a oscuras, Joel está saliendo por la puerta de una habitación de la casa de sus amigos. Es muy difícil de explicar esta escena si no ha sido visionada… pero cuando vi en el cine este acoplamiento recuerdo-presente me entraron ganas de levantarme y aplaudir. Completamente audaz y cinematográficamente asombroso.
.3. (28. —MENTE DE JOEL—) Lo cierto es que todo el proceso de borrado está filmado de una forma virtuosísima. Podría recordar los tallarines que desaparecen de la mano de Joel (23. —MENTE DE JOEL—), la atmósfera kafkiana del comienzo (18. —MENTE DE JOEL—)… pero me conformaré con comentar este fragmento. Joel junto a Clementine, en su casa, decide escapar del borrado yendo a algún lugar de su cerebro al que Clementine no pertenezca. Pronto empieza a rememorar las tardes lluviosas de su infancia («Rema, rema, rema…»), saltando charcos, y todo se mezcla. Empieza a llover dentro de la casa y la cámara nos muestra una bicicleta. Pronto será un niño debajo de la mesa de la cocina. La escena resulta cinematográficamente deliciosa y delicada, una maravilla.
...4. (33. —MENTE DE JOEL—) He dejado para el final una de mis favoritas. Joel va a visitar a una Clementine por primera vez (última si seguimos el orden estricto del borrado y no el del recuerdo) pelirroja, a la biblioteca donde trabaja. El recuerdo de la conversación que tuvieron se mezcla con la conciencia de Joel de que todos sus recuerdos van a perderse. «Si pudiéramos volver a empezar…». Clementine pide a Joel que intente recordarla de verdad. Al fondo, todos los libros comienzan a blanquearse, hasta que finalmente incluso Clementine desaparece.
Es en estos momentos cuando se aprecia la verdadera maestría de Gondry. Cualquier otro director habría intentado subrayar una escena tan clave como ésta añadiendo un piano melancólico o qué sé yo, un coro operístico que dejara constancia del drama que se está viviendo en aquel momento. Como mucho, las palabras de algún libro habrían comenzado a borrarse por algún tipo de procedimiento digital espectacular. Gondry, sin embargo, opta por el camino de la sutileza. Deja hablar a sus personajes mientras al fondo las tapas de esos libros se blanquean triste y calladamente. Michel Gondry no se preocupa por hacer ostentación de sus magníficas ideas visuales: para eso ya tiene los videoclips. Prefiere dejar su saber hacer en segundo plano y permitir que los protagonistas puedan hablar cara a cara, muy cerca del espectador. Gondry pone su maestría visual al servicio de la película, y no la película al servicio de su maestría. Y eso no sólo le honra, sino que le hace aún más grande.
Es en estos momentos cuando se aprecia la verdadera maestría de Gondry. Cualquier otro director habría intentado subrayar una escena tan clave como ésta añadiendo un piano melancólico o qué sé yo, un coro operístico que dejara constancia del drama que se está viviendo en aquel momento. Como mucho, las palabras de algún libro habrían comenzado a borrarse por algún tipo de procedimiento digital espectacular. Gondry, sin embargo, opta por el camino de la sutileza. Deja hablar a sus personajes mientras al fondo las tapas de esos libros se blanquean triste y calladamente. Michel Gondry no se preocupa por hacer ostentación de sus magníficas ideas visuales: para eso ya tiene los videoclips. Prefiere dejar su saber hacer en segundo plano y permitir que los protagonistas puedan hablar cara a cara, muy cerca del espectador. Gondry pone su maestría visual al servicio de la película, y no la película al servicio de su maestría. Y eso no sólo le honra, sino que le hace aún más grande.
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Para terminar mi juicio, añadiré que el tono, la ambientación y la caracterización de los personajes (amén de las interpretaciones) me parece acertadísimo.
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.LACUNA INC. no es un centro frío y futurista, sino que se presenta al espectador tan cercano como una clínica dental, con unos empleados muy alejados del típico científico frío: se trata sólo de gente joven, personas que durante los borrados beben o se fuman algún canuto (en ¡Olvídate de mí!, los clichés no tienen cabida). Creo que todo esto permite en cierto modo aceptar sin tantas reservas lo inverosímil de la premisa central: existe un procedimiento que permite borrar ciertos recuerdos selectivamente.
Y es que se equivocan los que buscan en ¡Olvídate de mí! una especie de ficción científica. No es esa la intención de la película. El proceso de borrado es tan solo un enorme e inteligente macguffin que permite relatar una bellísima historia con un orden y una intensidad muy concretos.
Y es que se equivocan los que buscan en ¡Olvídate de mí! una especie de ficción científica. No es esa la intención de la película. El proceso de borrado es tan solo un enorme e inteligente macguffin que permite relatar una bellísima historia con un orden y una intensidad muy concretos.
c) Contextualización social y personal.
El “amor-creación” es un sentimiento eterno, quizás lo único que merezca la pena en esta vida, tenga sentido o no. Y el “olvido-muerte”, nuestro destino. Es difícil no contextualizar estos dos grandes temas, los más grandes, los únicos, dentro de una sociedad, dentro de una época o dentro de una persona. Son inseparables del ser humano y de todo lo que le rodea.
Vivir como hombre es tener conciencia de vivir y de ser hombre. Algo así decía Sartre. De nada me sirven paraísos primigenios irracionales e inhumanos porque en ellos no tiene cabida el hombre. La conciencia prerreflexiva, para el que la quiera. Algo de eso resuena en esta película: el “recuerdo-consciencia” es el único camino posible, a pesar de sus piedras y sus defectos. Y hablando de piedras, resulta difícil omitir al Sísifo dichoso de Camus, ese hombre rebelde que vive en constante rebelión, empapado de absurdo. Algo de eso resuena en el «Vale» final compartido por Joel y Clementine.
Si hay algo por lo que merece la pena interesarse, será por el amor y por la vida (o llámenlo sexo y muerte, o creación y destrucción, o…). Por eso resulta imposible no interesarse por ¡Olvídate de mí!
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El “amor-creación” es un sentimiento eterno, quizás lo único que merezca la pena en esta vida, tenga sentido o no. Y el “olvido-muerte”, nuestro destino. Es difícil no contextualizar estos dos grandes temas, los más grandes, los únicos, dentro de una sociedad, dentro de una época o dentro de una persona. Son inseparables del ser humano y de todo lo que le rodea.
Vivir como hombre es tener conciencia de vivir y de ser hombre. Algo así decía Sartre. De nada me sirven paraísos primigenios irracionales e inhumanos porque en ellos no tiene cabida el hombre. La conciencia prerreflexiva, para el que la quiera. Algo de eso resuena en esta película: el “recuerdo-consciencia” es el único camino posible, a pesar de sus piedras y sus defectos. Y hablando de piedras, resulta difícil omitir al Sísifo dichoso de Camus, ese hombre rebelde que vive en constante rebelión, empapado de absurdo. Algo de eso resuena en el «Vale» final compartido por Joel y Clementine.
Si hay algo por lo que merece la pena interesarse, será por el amor y por la vida (o llámenlo sexo y muerte, o creación y destrucción, o…). Por eso resulta imposible no interesarse por ¡Olvídate de mí!
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.Sí: hay más películas contemporáneas ciertamente interesantes que aportan una visión certera al inagotable tema del amor. Interesantes porque repiten las cosas en las que creo (o quizá es que al visionarlas descubro que llevo toda mi vida creyendo en eso, no estoy seguro).
Vienen a mi memoria Punch-Drunk Love (Embriagado de amor) (Punch-Drunk Love, 2002), El nuevo mundo (The New World, 2005), Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) o Alta Fidelidad (High Fidelity, 2000), con su deliciosa transición “aprendiz-crítico-creadora” y el vibrante «Estoy harto de todo lo demás, pero no me harto de ti».
También existen films muy reivindicables sobre el olvido del amado como El año pasado en Marienbad (L'annèe dernière à Marienbad, 1961), o sobre el olvido a secas en forma de puzle narrativo, como Memento (Memento, 2000).Sí: hay y habrá más películas que puedan relacionarse con ¡Olvídate de mí!Pero ¡Olvídate de mí! sólo hay una.
Hay muy pocas películas que considere verdaderamente rayanas a la perfección. Persona (Persona, 1966) lo es porque es única, irrepetible y la cumbre del más grande, o de uno de ellos; y Arrebato (1979), con su inmejorable acercamiento al vampirismo iconográfico. Del mudo, resulta imposible no pensar en La pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d’Arc, 1928): parece mentira que algo así pudiese forjarse en los felices 20. Y también podría incluir las Historie(s) du cinéma (1988) de Godard, aunque se realizasen para la televisión. ¡Olvídate de mí! forma parte de este privilegiado grupo.
¿Por qué?
Porque me hizo llorar y sufrir; porque este nuevo Méliès hiperdotado removió mis entrañas y sacó al niño soñador que todos llevamos más o menos dentro; por su amable sentido del humor y por su magia y por todo lo que antes he intentando describir con torpes palabras; por su perfección formal y su cercanía; por esos grandes temas tratados de forma tan humilde; por aportar algo de belleza a este viejo y cansado mundo.
Vienen a mi memoria Punch-Drunk Love (Embriagado de amor) (Punch-Drunk Love, 2002), El nuevo mundo (The New World, 2005), Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) o Alta Fidelidad (High Fidelity, 2000), con su deliciosa transición “aprendiz-crítico-creadora” y el vibrante «Estoy harto de todo lo demás, pero no me harto de ti».
También existen films muy reivindicables sobre el olvido del amado como El año pasado en Marienbad (L'annèe dernière à Marienbad, 1961), o sobre el olvido a secas en forma de puzle narrativo, como Memento (Memento, 2000).Sí: hay y habrá más películas que puedan relacionarse con ¡Olvídate de mí!Pero ¡Olvídate de mí! sólo hay una.
Hay muy pocas películas que considere verdaderamente rayanas a la perfección. Persona (Persona, 1966) lo es porque es única, irrepetible y la cumbre del más grande, o de uno de ellos; y Arrebato (1979), con su inmejorable acercamiento al vampirismo iconográfico. Del mudo, resulta imposible no pensar en La pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d’Arc, 1928): parece mentira que algo así pudiese forjarse en los felices 20. Y también podría incluir las Historie(s) du cinéma (1988) de Godard, aunque se realizasen para la televisión. ¡Olvídate de mí! forma parte de este privilegiado grupo.
¿Por qué?
Porque me hizo llorar y sufrir; porque este nuevo Méliès hiperdotado removió mis entrañas y sacó al niño soñador que todos llevamos más o menos dentro; por su amable sentido del humor y por su magia y por todo lo que antes he intentando describir con torpes palabras; por su perfección formal y su cercanía; por esos grandes temas tratados de forma tan humilde; por aportar algo de belleza a este viejo y cansado mundo.
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[...] Una obra es una obra maestra cuando respira y se hace independiente del propio creador. Cuando está viva y late tras cada visionado. Realizando este trabajo siento forjar un mero esbozo de todo lo que late bajo ¡Olvídate de mí!, pero eso no es algo que me frustre, ¡al contrario! Sólo siento orgullo y paz ante esta sensación de incompletitud e inabarcabilidad que me afianza aún más en la creencia de que mi corazón no me engañaba: estaba ante una verdadera obra de arte.
Sin más, termino. Espero sinceramente que hayan disfrutado leyendo este trabajo, al menos, la mitad de lo que yo disfruté escribiéndolo. Para mí sería suficiente.
¡Nos vemos en Montauk!.